Al pie del Monolito
En
nuestra crónica del pasado lunes, decíamos que el Monolito de Valencia es uno
de los símbolos característicos de la fisonomía urbana de la ciudad y que a la
vez es un fiel testigo de los acontecimientos ocurridos aquí desde fines del
pasado siglo, porque nuestra plaza Bolívar ha sido siempre el teatro preferido
para los hechos más diversos. Recordábamos que uno de esos acontecimientos
memorables, fue el de haber acampado al pie del Monolito un ejército aventurero
en 1892.
Así
ocurrió, efectivamente, pero hemos cometido un error de apreciación al
calificar de aventurero a ese ejército, y hoy queremos rectificarlo. Se
trataba, como todos sabemos, de las fuerzas victoriosas de la revolución
legalista encabezada por el general Joaquín Crespo, que no correspondían
propiamente a una simple aventura, sino a un movimiento serio y responsable,
destinado a evitar el continuismo anticonstitucional del doctor Raimundo
Andueza Palacio al frente de la presidencia de la República.
El
triunfo de esta revolución, resultó beneficioso para el Estado Carabobo, porque
una de las primeras medidas tomadas por Crespo, fue la de la creación de la
Universidad de Valencia. Este triunfo se consolidó en el mes de octubre, al
cabo de una larga y sangrienta lucha de nueve meses, y la Universidad de
Valencia fue creada un mes después; es decir, el 15 de noviembre del mismo año.
Fue decisiva para esto, la entrevista celebrada entre el general Crespo y el
doctor Alejo Zuloaga, director entonces del Colegio Nacional de Primera
Categoría, en el cual ya venían funcionando, desde 1852, cuatro facultades
universitarias: Ciencias Eclesiásticas, Políticas, Médicas y Matemáticas. El
doctor Zuloaga le explicó con el debido detenimiento las razones que existían para que este Colegio fuera convertido en
Universidad, y el general Crespo procedió de inmediato a complacerlo, nombrándolo,
a la vez Rector de la misma. La obra del doctor Zuloaga, como educador, que
hasta ese momento había venido siendo excepcionalmente valiosa, iba a cobrar,
desde ese momento en adelante, proporciones mucho más amplias.
Es
oportuno recordar, asimismo, que esta revolución legalista de Crespo, que
empezó en febrero de 1892, y que culminó con un triunfo total y definitivo en
el mes de octubre del mismo año, fue una de las más sangrientas ocurridas en
las postrimerías del pasado siglo. Crespo recorrió al frente de ella, casi
todos los Estados del centro de Venezuela y también de los llanos, dónde él la había
iniciado con gran fuerza. Se libraron numerosas batallas. Ella constituye un
curioso fenómeno dentro de la historia dolorosa de nuestras guerras intestinas.
Arévalo González observa: “En los campamentos del legalismo armonizaron godos y
amarillos”. Después volverían a separarse. En los Andes, por ejemplo, donde la
lucha se hizo más intensa que en ninguna otra parte, se produjo una sorpresiva
división de los caudillos, hasta el punto de que algunos de los jefes
regionales más allegados al León de la Cordillera, general Juan Bautista
Araujo, trataron de convencer a éste de la necesidad de que rompiera con
Andueza, cuando el general Araujo se vio
asediado por este requerimiento. Lo refiere con los más vivos colores Mario
Briceño-Iragorry: dice que “cuando el viejo caudillo se vio acorralado por los
doctores, concluyó diciendo “-Pues como las cosas son de leyes, que hagan
Leopoldo y Victorino lo que quieran. (Leopoldo Baptista y Victorino Márquez
Bustillos). Yo no les puedo cambiar el juicio. Los dejó libres con sus
artículos constitucionales, su razón tendrán ellos; a mí déjenme solo con mi
compromiso sin cumplir¨. Giró en seguida
instrucciones –agrega Briceño Iragorry- “a los caudillos subalternos, en las
cuales les comunicaba el heroico remedio tomado: la renuncia de la jefatura del
partido y la libertad para que sus tenientes siguieran el camino que creyesen
más prudente. Rompió la espada de pomo de oro que le había obsequiado Andueza y
se retiró a sus páramos de Tuñame, a
rugir como los leones heridos”.
Por la
creación de la Universidad, y por otras obras bastante valiosas, el general Joaquín
Crespo demostró ser como presidente de la República un buen amigo de los
carabobeños. Alguna vez le podríamos hacer un homenaje.
Alfonso
Marín.
Valencia,
septiembre de 1978.
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