sábado, 26 de octubre de 2019

1988. “El Palacio de los Iturriza” por Guillermo Mujica Sevilla. (Desde el Solar Valenciano II. Valencia 1988)


“El Palacio de los Iturriza” 

por Guillermo Mujica Sevilla. (Desde el Solar Valenciano II. Valencia 1988)

Las autopistas y avenidas de los tiempos presentes ya rodean y estrangulan la vieja casa que los valencianos llamamos, desde hace mucho tiempo, “El Palacio de los Iturriza”.
Algunos ilusos lo defendemos y esta defensa, aunque débil, ha logrado prolongar su agonía. Pero todos miramos cómo el cerco se estrecha, y cómo la enfermedad del deterioro y del tiempo mina cada vez más su estructura.
Es el Palacio de los Iturriza. Arturo Machado Fernández nos narra, con su deliciosa prosa valenciana, la historia del Palacio: “La construcción de tan hermosa vivienda fue ordenada en 1887 por Don Juan Miguel Iturriza, hombre de sólida personalidad y consumado trabajador, nativo del Estado Cojedes, que vino a radicarse en Valencia durante la sexta década del pasado siglo, en compañía de su esposa Doña Elodia Sánchez, trayendo consigo un sustancioso capital amasado limpiamente bajo el sol ardoroso de aquellas tierras donde la garza, el moriche y el mastranto dan ánimo a la copla y el joropo”.
El Palacio, ahora reducido a su edificio principal, tiene en su techo un ligero toque gótico. En conjunto, tiene el aire señorial de algunas residencias europeas del siglo pasado. Las puertas de arco en la entrada tienen, en su parte superior, dos caras diabólicas sonrientes que, en nuestra niñez, nos infundían respeto y temor. Arriba, un segundo piso con balcones y hacia un extremo, una parte más alta, como una torre de tres pisos. Alrededor, una reja que fue también señorial, pero de la cual la rapiña ha deja sólo vestigios.
La fachada, nos informa Machado, tiene una capa de pinturas que oculta la decoración particular formada por los diferentes colores de los ladrillos. La casa, ahora, luce como amputada. Se adivina un jardín que ahora no existe y que los artistas que pintan románticamente el palacio desde la acera de enfrente, a veces le añaden. Y el jardín o los jardines, nos dice Arturo, existían. Había puentecitos para pasar sobre el río, y había arbustos, y flores, y estatuas. Allí estuvo Joaquin Crespo, recibido por la familia Iturriza. En esos jardines había un pintor que plasmaba retratos en lienzo. Quizás, sin saberlo, lo recuerdan y le rinden homenaje los artistas de la acera de enfrente. Ese pintor de aquellos tiempos se llamaba Arturo Michelena.  Se dice que allí dejaron sentir su presencia, sus pasos y sus palabras, otros varios ilustres personajes: Nicanor Bolet Peraza, Antonio Parédes, Paco Batalla, los González Guinán, los Romero García y otros.
El Palacio fue construido con gusto. Los materiales para construirlo y sus adornos y su mobiliario fueron traídos, en gran parte, de Europa. Yo lo conocí de afuera. En tiempos antiguos, estaba frente al palacio la estatua de Atanasio Girardot que ahora se encuentra en Bárbula. En cambio frente al palacio hay ahora un busto pequeño que supuestamente representa a Don Francisco de Miranda (homenaje de la Logia Masónica). No nos parece ver en ese busto la energía ni la personalidad de Don Francisco.
Arturo Machado quien si penetró al interior del Palacio nos habla, desde su extraordinaria memoria, de los muebles de estilo, de buen gusto, de los techos y paredes suntuosas.
Con toda su belleza y el refinamiento de su dotación, el Palacio no era vivienda fija de los Iturriza. Antes, las familias vivían en el Centro de Valencia. Y la zona del Palacio “Camoruco Viejo” era sitio de “temperamento”, para pasar temporadas. Y allí iba la familia, justamente, a “pasar temporadas”.
Con el correr de los años, el Palacio pasó a los hijos de Don Juan Miguel Iturriza. “Para el año 1935, azares del destino quisieron que Doña Isabel Iturriza de Fernández”, hija de Don Juan Miguel, debiera desprenderse de lo que ella llamaba “su palacio”.
En el Palacio, además de los recuerdos de la Valencia de antes y del añejo  “sabor” de “Camoruco  Viejo”, queda el recuerdo de su constructor, Francisco Fernández Paz. “El Cojo Ilustrado” la gran revista nacional ya desaparecida, nos trae una emotiva nota de su director Manuel Revenga, en su número del 15 de agosto de 1893, sobre la muerte de Fernández Paz. Según esa nota, el joven constructor, había nacido en Valencia el 15 de febrero de 1856, hijo del Doctor José Antonio Fernández y de la señora Sebastiana Paz. A los siete años fue a Europa donde permaneció tres años. Estudió segunda enseñanza en Valencia y en la Universidad de Caracas recibió el título de agrimensor público a los 18 años, y desde los 19 comenzó a ejercer en Valencia. Además de sus conocimientos en ciencias exactas, nos dice Revenga, “se distinguía por encima de todo nuestro amigo como poseedor de riquísimo don en materias artísticas”. “Muchos estudios ha dejado el buen amigo de los grandes edificios de Europa”, especialmente de grandes catedrales del viejo mundo…”. Testigos de su ciencia y elevado gusto son las obras de arquitectura e ingeniería que adornan las plazas y calles de su ciudad natal, entre las cuales recordamos  “La Quinta de Iturriza”, la casa de los Llanos, la de Calafat, el Matadero, el plano de la Plaza Bolívar, la maquinaria para la construcción de muebles finos, etc. etc.”. Fernández Paz tenía inquietudes político revolucionarias, y al acudir a una acción de guerra, murió joven, ahogado en el río San Juan, la noche del 21 de julio de 1892.
Posteriormente al “Palacio” surgieron, nos dice Machado Fernández, en el sector camoruqueño, otras viviendas, entre ellas “La Limonera” de los Llanos, hoy sede del Country Club de Valencia, y las llamadas Quintas Kerdel y Revenga (posteriormente, el conocido Hotel 400).
Según un hermoso reportaje de Ildemaro Alguindigue (El Nacional 17-07-88). El Palacio fue vendido a un consorcio italiano. Con el tiempo, se construyó en su parte posterior un restaurante, que dio paso a una venta de automóviles.  El Palacio fue declarado  “Monumento Nacional”, aunque en forma simbólica, porque no pertenece a la nación. Intentos de la Municipalidad de Valencia y del National City Bank por adquirirlo y restaurarlo, han resultado negativos. Nuestro Cuerpo de Bomberos, y organismos conservacionistas de nuestra ciudad, se han interesado también en El Palacio. Pero aún queda la incertidumbre sobre su destino.
Más de una vez se ha propuesto que el viejo edificio sea restaurado, y convertido en un Museo de Valencia. Se argumenta que arquitectónicamente no vale nada, que no tiene tampoco significación histórica importante. Nosotros consideramos que sí. En el Palacio vive aún el recuerdo de “Camoruco Viejo”, y de la Valencia que todos debemos evocar… Francisco Polo Castellanos, el recordado “Ticoté”, nos dice: “Para los que tenemos un recuerdo por la Valencia que se nos fue hace poco, el pasar por Camoruco Viejo, tiene que constituir un como romántico retornar a la ciudad conservadora, donde vascos apellidos se congregaron para dirigir los asuntos generales en la altanera villa”.
El Dr. Mandry Llanos, que a diario vigilaba y cuidaba el Palacio desde la acera de enfrente, escribió también un hermoso artículo sobre esta romántica edificación. Muchos poetas y escritores le han dedicado los mejores frutos de su intelecto.
El Palacio sigue esperando su destino, entre cantos de poetas y entre sueños de pintores que a diario le dan diferentes tonalidades en sus lienzos, desde la acera de enfrente.
Los valencianos, la colonia vasca, y todo el que sienta conmoverse su espíritu ante el viejo misterio valenciano que encierra el edificio, ante la risa sardónica de sus diablos eternos en la fachada y ante sus rejas ya destartaladas, debiéramos actuar para restaurar el edificio.
Cuando lo vemos, solitario, en las noches, o en los atardeceres, pensamos: ¿Veremos allí algún día el colorido de la inauguración del anhelado Museo de Valencia? ¿O llegará el día en que, al mirar su desaparición final, sentiremos, como dice Machado Fernández, nuestros ojos nublarse de lágrimas? En ninguna de las dos circunstancias, estaremos solos. Se regocijarán, o llorarán con nosotros, lo nostalgia de los Iturriza, el recuerdo de las bellas damas que habitarían este edificio, el verso de Manuel Alcazar, la inquietud de Mandry Llanos, la paleta de La Madriz y de Braulio, y el romanticismo rebelde de Luis Augusto Nuñez…
Entre tanto, nos sentiremos alegres mirando a los artistas que, como César Hernández Rojas, autor de la pintura que ilustra nuestra portada, viven rindiendo al Palacio el homenaje de sus paletas multicolores y de su soñador espíritu  para sembrarlo de flores e inventarle de nuevo los jardines que luciera un día…

Guillermo Mujica Sevilla.





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