jueves, 14 de septiembre de 2023

Julio de 1986. "Los Corianos en Valencia".

Balcón Abierto del Cronista de la Ciudad.

Los Corianos en Valencia. 

Alguna vez intentaremos escribir un ensayo histórico acerca de la presencia de los corianos en la capital de Carabobo. Tradicionalmente se acostumbra, y las costumbres se hacen leyes, denominar como corianos a los habitantes de todo el Estado Falcón. No importa que sean de Dabajuro, de Carirubana o :Punto Fijo. No importa, son corianos, y eso basta.

Decimos esto, porque queremos señalar y ponderar la penetración cada vez más acentuada, y más provechosa, de los corianos en el ámbito regional nuestro. Un hecho que hunde sus raíces en la historia. No hay que olvidar que la acción civilizadora de la conquista nos vino de allá. La ruta que siguió el conquistador español del siglo XVI, no da lugar a dudas: Coro - El Tocuyo - Barquisimeto - Valencia. Por allí nos llegó Juan Villegas, quien se iba a encargar de descubrir el Lago de los Tacarigua, el 24 de diciembre de 1547. Lo único que no nos vino por ese lado, fue el ganado, lo trajimos de Margarita, a través de los llanos orientales, en una odisea de seis meses. Y luego por  la misma vía de El Tocuyo nos llegó un día Diego de Lozada, quien siguió hasta el valle del Avila, para fundar a Caracas. Este movimiento integracionista había sido trazado así. 

Pasado el tiempo,  lo mismo. Los vientos del Caribe, que desahogan sus fauces sobre la península de Paraguaná y sobre los médanos, tierra de los vientos, también seguirían soplando hacia acá. Esto quedaría claramente demostrado bajo la acción avasalladora del gran caudillo coriano Juan Crisóstomo Falcón, en los días estelares de la Revolución Federal.

Pero la intención de esta breve crónica volandera no es la de hacer historia, ni la de detenernos a contemplar el pasado, sino la de hacer un ligero comentario sobre nuestra realidad actual.  Queremos decir que los corianos siguen teniendo entre nosotros un ambiente cada vez más amplio. Estamos rodeados de corianos por todas partes: en el periodismo, en las aulas universitarias, en el ejercicio profesional médico, en las letras; en la cultura; en el ancho campo de las relaciones humanas. Tres casos, por vía de ejemplo: el de la insigne poetista coriana Genoveva de Castro (Yajaira), injustamente olvidada; el del notable periodista Ildemaro Alguíndigue y el del abogado Héctor Hernández Manzano, este último con menor antiguedad, pero quien está ejerciendo con indudable acierto la presidencia del Colegio de Abogados de Carabobo durante dos periodos consecutivos. Y así sucesivamente. La colonia coriana que existe en Valencia, es excepcionalmente numerosa.

Todo esto viene a cuento porque acabamos de disfrutar de un mensaje poético-musical, que nos vino de Punto Fijo: el del poeta Guillermo León Calles y el cantante guitarrista Emiro Querales. Dos corianos admirables. Ambos, estrechamente acoplados, reviven la vigencia de los juglares antiguos. Esta vez de los juglares de la paz, imbuidos en una genial reminiscencia de los sentimientos pacifistas que pregonó Pablo Picasso. Un espectáculo revestido de un acento lírico-musical, que nos hizo vibrar de emoción durante dos horas largas en los salones solariegos de la Casa Páez, proporcionándonos una noche inolvidable. Versos del propio poeta Guillermo León Calles, de Andrés Eloy Blanco, de Aquiles Nazoa y de Alí Primera, entrelazados en el fuego enternecedor de un concepto de paz y de amor entre los pueblos y los hombres. La Paz y el amor enarbolados como las banderas más limpiaas y más altas.

De la Casa Páez pasamos al Centro Social Falconiano que funciona en esta ciudad y allí tuvimos ocasión  de dialogar acerca de todas aquellas cosas que nos ligan en el espacio y en el tiempo y de decir de viva voz a nuestros amables contertulios, que a cambio de todo lo bueno que nos viene de Falcón, nosotros conianos uno de los ocho obispos de que en monseñor Francisco José Iturriza, quien ha realizado allá una labor estupenda, un homenaje apoteósico proclamándolo Hijo Ilustre de Coro, y esto ha culminado con la decisión de la legislatura regional de bautizar con su nombre el nuevo distrito creado por ella, (Chichiriviche): Por eso monseñor Iturriza se ha hecho más coriano que los médanos y por eso mismo su nombre se ha convertido allí en un trueno de simpatía. Un símbolo. Un símbolo de unión entre Falcón y Carabobo. Después de todo, las dos regiones son una misma cosa. Porque estamos ligados por lazos muy hondos.

Valencia, julio de 1986.






lunes, 20 de abril de 2020

Mayo de 1978. "Pedro Rojas y su Revista".

Balcón Abierto del Cronista de la Ciudad.

Pedro Rojas y su Revista.

Especial para "El Carabobeño".


Pedro Rojas ha logrado imponerse en los más diversos sectores de la ciudad, con su revista IN-FORMATE. Así podemos afirmarlo después de haber leído con la mayor atención el número conmemorativo de su quinto aniversario, correspondiente al pasado mes de marzo, y también con la lectura de sus sucesivos números anteriores, que contienen un material siempre renovado y siempre interesante. 

Pedro Rojas nos está demostrando en forma objetiva y concreta, que si es posible mantener una revista literaria en Valencia; la revista de que tanto se ha hablado, sin haber podido lograrla. Y no es que la suya cumpla esta función. La cumple en parte, solamente. No podemos pedirle peras al olmo. Una revista literaria completa, tendría que ser otra cosa. IN-FORMATE se limita, como es lógico suponer, a cubrir un solo flanco literario, uno de los más interesantes: el de la tradición histórica de Valencia, lo cual ya es bastante. En este sentido, su labor resulta encomiable. Nadie sería capaz de dudarlo. 

- Tengo varios números sobrantes; puedo canjearlos por otros, nos decía en días pasados Luis Eduardo Chávez, demostrando así su interés por ella. Y esta actitud de Luis Eduardo es un síntoma: el síntoma de lo que esta revista significa y representa para Valencia en estos momentos. Numerosos lectores han decidido coleccionarla, y así lo hacen.  Por sus páginas pasa una evocación circunstanciada, anecdótica y pintoresca, del inmediato pasado histórico de la ciudad. 

Pedro Rojas ha conseguido para IN-FORMATE un buen elenco de colaboradores. A través de ellos puede verse que Valencia es una ciudad donde abundan los cronistas: los buenos cronistas. Más de una vez lo hemos afirmado así. De pocas ciudades de Venezuela se podría decir lo mismo. Y Pedro Rojas sabe aprovecharlos, porque el mismo es un testigo fidedigno -testigo y actor a un mismo tiempo- de lo que ha venido ocurriendo en la capital de Carabobo durante los últimos cuarenta o cincuenta años. Le ha tocado recorrer las más diversas escalas sociales en el medio valenciano, destacándose siempre como un hombre infatigable. Desde niño ha sido así. Se ha formado a martillo. Para demostrar esto, nos ofreció hace algún tiempo una deliciosa biografía suya, que en cierta forma viene a ser una amena crónica de Valencia, escrita por ese gran cronista nuestro que se llama Salvador Feo La Cruz; uno de nuestros mejores cronistas, por su capacidad interpretativa, por su sentido conceptual de las cosas y por el elegante desenfado con que maneja el castellano,  hablado o escrito. Un hombre de letras, prestado a la actividad profesional, o viceversa.

Pedro Rojas cubre una trayectoria vital/admirable. Podríamos decir que no tuvo infancia, no a la manera de ese desvaído personaje llamada Don Fulgencio, que personifica y tipifica la más absoluta irresponsabilidad ante la vida, sino que no tuvo infancia porque no pudo gozar de ella. Fue uno de esos niños lanzados al azar, destinado a abrirse paso a brazo partido, contra viento y marea, venciendo a esfuerzo propio todas las dificultades y todos los tropiezos imaginables. Algunas veces su cama no fue su cama, sino un trasto viejo abandonado; algunas veces el salario incipiente que devengó, no fue un salario, sino una paga miserable; algunas veces ha podido desesperarse; pero no lo hizo: si había puertas cerradas, el trataría de abrirlas, y las abrió, efectivamente, hasta llegar a ser empleado de confianza de algunas firmas comerciales y también funcionario de un instituto autónomo del Estado. Más tarde, empresario teatral; y hoy empresario de una revista.

En medio de tantos tropiezos y avatares, Pedro Rojas aprendió a hablar inglés, no se sabe cómo, ni cuándo, ni donde; pero lo importante es que lo habla. Hoy lo repetimos, su revista IN-FORMATE  viene a ser un ejemplo; un ejemplo para quienes fungimos de hombres de letras. Esa revista lleva ya cinco años circulando con éxito, y es una publicación tan consubstanciada con Valencia, como el propio Pedro Rojas y como el grupo de colaboradores que toman parte en ella. 


Valencia, Mayo de 1978.




sábado, 26 de octubre de 2019

1988. “El Palacio de los Iturriza” por Guillermo Mujica Sevilla. (Desde el Solar Valenciano II. Valencia 1988)


“El Palacio de los Iturriza” 

por Guillermo Mujica Sevilla. (Desde el Solar Valenciano II. Valencia 1988)

Las autopistas y avenidas de los tiempos presentes ya rodean y estrangulan la vieja casa que los valencianos llamamos, desde hace mucho tiempo, “El Palacio de los Iturriza”.
Algunos ilusos lo defendemos y esta defensa, aunque débil, ha logrado prolongar su agonía. Pero todos miramos cómo el cerco se estrecha, y cómo la enfermedad del deterioro y del tiempo mina cada vez más su estructura.
Es el Palacio de los Iturriza. Arturo Machado Fernández nos narra, con su deliciosa prosa valenciana, la historia del Palacio: “La construcción de tan hermosa vivienda fue ordenada en 1887 por Don Juan Miguel Iturriza, hombre de sólida personalidad y consumado trabajador, nativo del Estado Cojedes, que vino a radicarse en Valencia durante la sexta década del pasado siglo, en compañía de su esposa Doña Elodia Sánchez, trayendo consigo un sustancioso capital amasado limpiamente bajo el sol ardoroso de aquellas tierras donde la garza, el moriche y el mastranto dan ánimo a la copla y el joropo”.
El Palacio, ahora reducido a su edificio principal, tiene en su techo un ligero toque gótico. En conjunto, tiene el aire señorial de algunas residencias europeas del siglo pasado. Las puertas de arco en la entrada tienen, en su parte superior, dos caras diabólicas sonrientes que, en nuestra niñez, nos infundían respeto y temor. Arriba, un segundo piso con balcones y hacia un extremo, una parte más alta, como una torre de tres pisos. Alrededor, una reja que fue también señorial, pero de la cual la rapiña ha deja sólo vestigios.
La fachada, nos informa Machado, tiene una capa de pinturas que oculta la decoración particular formada por los diferentes colores de los ladrillos. La casa, ahora, luce como amputada. Se adivina un jardín que ahora no existe y que los artistas que pintan románticamente el palacio desde la acera de enfrente, a veces le añaden. Y el jardín o los jardines, nos dice Arturo, existían. Había puentecitos para pasar sobre el río, y había arbustos, y flores, y estatuas. Allí estuvo Joaquin Crespo, recibido por la familia Iturriza. En esos jardines había un pintor que plasmaba retratos en lienzo. Quizás, sin saberlo, lo recuerdan y le rinden homenaje los artistas de la acera de enfrente. Ese pintor de aquellos tiempos se llamaba Arturo Michelena.  Se dice que allí dejaron sentir su presencia, sus pasos y sus palabras, otros varios ilustres personajes: Nicanor Bolet Peraza, Antonio Parédes, Paco Batalla, los González Guinán, los Romero García y otros.
El Palacio fue construido con gusto. Los materiales para construirlo y sus adornos y su mobiliario fueron traídos, en gran parte, de Europa. Yo lo conocí de afuera. En tiempos antiguos, estaba frente al palacio la estatua de Atanasio Girardot que ahora se encuentra en Bárbula. En cambio frente al palacio hay ahora un busto pequeño que supuestamente representa a Don Francisco de Miranda (homenaje de la Logia Masónica). No nos parece ver en ese busto la energía ni la personalidad de Don Francisco.
Arturo Machado quien si penetró al interior del Palacio nos habla, desde su extraordinaria memoria, de los muebles de estilo, de buen gusto, de los techos y paredes suntuosas.
Con toda su belleza y el refinamiento de su dotación, el Palacio no era vivienda fija de los Iturriza. Antes, las familias vivían en el Centro de Valencia. Y la zona del Palacio “Camoruco Viejo” era sitio de “temperamento”, para pasar temporadas. Y allí iba la familia, justamente, a “pasar temporadas”.
Con el correr de los años, el Palacio pasó a los hijos de Don Juan Miguel Iturriza. “Para el año 1935, azares del destino quisieron que Doña Isabel Iturriza de Fernández”, hija de Don Juan Miguel, debiera desprenderse de lo que ella llamaba “su palacio”.
En el Palacio, además de los recuerdos de la Valencia de antes y del añejo  “sabor” de “Camoruco  Viejo”, queda el recuerdo de su constructor, Francisco Fernández Paz. “El Cojo Ilustrado” la gran revista nacional ya desaparecida, nos trae una emotiva nota de su director Manuel Revenga, en su número del 15 de agosto de 1893, sobre la muerte de Fernández Paz. Según esa nota, el joven constructor, había nacido en Valencia el 15 de febrero de 1856, hijo del Doctor José Antonio Fernández y de la señora Sebastiana Paz. A los siete años fue a Europa donde permaneció tres años. Estudió segunda enseñanza en Valencia y en la Universidad de Caracas recibió el título de agrimensor público a los 18 años, y desde los 19 comenzó a ejercer en Valencia. Además de sus conocimientos en ciencias exactas, nos dice Revenga, “se distinguía por encima de todo nuestro amigo como poseedor de riquísimo don en materias artísticas”. “Muchos estudios ha dejado el buen amigo de los grandes edificios de Europa”, especialmente de grandes catedrales del viejo mundo…”. Testigos de su ciencia y elevado gusto son las obras de arquitectura e ingeniería que adornan las plazas y calles de su ciudad natal, entre las cuales recordamos  “La Quinta de Iturriza”, la casa de los Llanos, la de Calafat, el Matadero, el plano de la Plaza Bolívar, la maquinaria para la construcción de muebles finos, etc. etc.”. Fernández Paz tenía inquietudes político revolucionarias, y al acudir a una acción de guerra, murió joven, ahogado en el río San Juan, la noche del 21 de julio de 1892.
Posteriormente al “Palacio” surgieron, nos dice Machado Fernández, en el sector camoruqueño, otras viviendas, entre ellas “La Limonera” de los Llanos, hoy sede del Country Club de Valencia, y las llamadas Quintas Kerdel y Revenga (posteriormente, el conocido Hotel 400).
Según un hermoso reportaje de Ildemaro Alguindigue (El Nacional 17-07-88). El Palacio fue vendido a un consorcio italiano. Con el tiempo, se construyó en su parte posterior un restaurante, que dio paso a una venta de automóviles.  El Palacio fue declarado  “Monumento Nacional”, aunque en forma simbólica, porque no pertenece a la nación. Intentos de la Municipalidad de Valencia y del National City Bank por adquirirlo y restaurarlo, han resultado negativos. Nuestro Cuerpo de Bomberos, y organismos conservacionistas de nuestra ciudad, se han interesado también en El Palacio. Pero aún queda la incertidumbre sobre su destino.
Más de una vez se ha propuesto que el viejo edificio sea restaurado, y convertido en un Museo de Valencia. Se argumenta que arquitectónicamente no vale nada, que no tiene tampoco significación histórica importante. Nosotros consideramos que sí. En el Palacio vive aún el recuerdo de “Camoruco Viejo”, y de la Valencia que todos debemos evocar… Francisco Polo Castellanos, el recordado “Ticoté”, nos dice: “Para los que tenemos un recuerdo por la Valencia que se nos fue hace poco, el pasar por Camoruco Viejo, tiene que constituir un como romántico retornar a la ciudad conservadora, donde vascos apellidos se congregaron para dirigir los asuntos generales en la altanera villa”.
El Dr. Mandry Llanos, que a diario vigilaba y cuidaba el Palacio desde la acera de enfrente, escribió también un hermoso artículo sobre esta romántica edificación. Muchos poetas y escritores le han dedicado los mejores frutos de su intelecto.
El Palacio sigue esperando su destino, entre cantos de poetas y entre sueños de pintores que a diario le dan diferentes tonalidades en sus lienzos, desde la acera de enfrente.
Los valencianos, la colonia vasca, y todo el que sienta conmoverse su espíritu ante el viejo misterio valenciano que encierra el edificio, ante la risa sardónica de sus diablos eternos en la fachada y ante sus rejas ya destartaladas, debiéramos actuar para restaurar el edificio.
Cuando lo vemos, solitario, en las noches, o en los atardeceres, pensamos: ¿Veremos allí algún día el colorido de la inauguración del anhelado Museo de Valencia? ¿O llegará el día en que, al mirar su desaparición final, sentiremos, como dice Machado Fernández, nuestros ojos nublarse de lágrimas? En ninguna de las dos circunstancias, estaremos solos. Se regocijarán, o llorarán con nosotros, lo nostalgia de los Iturriza, el recuerdo de las bellas damas que habitarían este edificio, el verso de Manuel Alcazar, la inquietud de Mandry Llanos, la paleta de La Madriz y de Braulio, y el romanticismo rebelde de Luis Augusto Nuñez…
Entre tanto, nos sentiremos alegres mirando a los artistas que, como César Hernández Rojas, autor de la pintura que ilustra nuestra portada, viven rindiendo al Palacio el homenaje de sus paletas multicolores y de su soñador espíritu  para sembrarlo de flores e inventarle de nuevo los jardines que luciera un día…

Guillermo Mujica Sevilla.





lunes, 21 de octubre de 2019

Junio de 1978. "El Palacio de los Iturriza".

Balcón Abierto del Cronista de la Ciudad.

El Palacio de los Iturriza.

Especial para ¨El Carabobeño¨.

Nuestro querido amigo Félix Napolitano, Ingeniero Municipal de Valencia, nos preguntaba hace poco si vale la pena salvar y restaurar el viejo Palacio de los Iturriza, que se ha querido demoler últimamamente. Esto, en razón de que él esta poniendo especial empeño en salvarlo.

Claro que vale la pena. Más todavía: ésta es una de las pocas edificaciones de sabor antiguo, con méritos propios, que quedan en Valencia. El cemento y la cabilla se han empeñado en acabar la tradición arquitectónica de la capital de Carabobo. Viejas casonas solariegas, donde aún resuenan los pasos de sus dueños y donde en los días de la colonia, y en los días de la guerra, y aun después de la guerra, ocurrieron hechos que deberían recordarse conservándolas, se han estado viniendo al suelo en forma despiadada bajo los pesados tractores, que pretenden simbolizar lo que con tanta razón llamó Tagore alguna vez la civilización fachadosa de nuestro tiempo. Y en otras ciudades, especialmente en Caracas, ha ocurrido lo mismo. 

Se podría alegar que el Palacio de los Iturriza no es colonial, porque fue construido en la última década del pasado siglo. Pero este alegato resulta peregrino, porque no sólo lo colonial debe conservarse. Existen numerosas edificaciones posteriores a la colonia, que son verdaderas joyas artísticas o históricas, y que por lo tanto deben respetarse.

Este Palacio de los Iturriza es un claro ejemplo del uso del estilo francés aplicado en Venezuela en el siglo pasado durante mucho tiempo. Otro ejemplo de este estilo lo constituyó nuestro viejo Palacio Municipal,  en mala hora derribado, cuyas hermosas líneas arquitectónicas formaban parte inconfundible de la fisonomía urbana de Valencia. Tanto como la Catedral y el Monolito. Ese edificio, el Monolito y la Catedral fueron siempre lo más típico, lo más característico, del centro mismo de la ciudad, y sin embargo tampoco fue posible salvarlo.

Otro ejemplo valiosísimo que nos queda de la aplicación del estilo francés en nuestro medio en las postrimerías del siglo XIX, es nuestro querido Teatro Municipal, cuyo calvario actual, para preocupación y dolor de todos, se ha venido haciendo demasiado largo. Hasta se ha llegado a decir que es una réplica del Teatro de la Opera de París, lo cual no es exactamente cierto, pero entre ambos teatros existe lo que podríamos llamar un parentesco arquitectónico inconfundible. 

La huella que dejó el Autócrata Civilizador en Caracas y otras ciudades de Venezuela, en materia de obras, está signada, por regla general, por ese estilo a que nos venimos refiriendo.

Ahora bien: volviendo al caso del Palacio de los Iturriza, queremos apoyar plenamente la iniciativa del Ingeniero Municipal, de restaurarlo y conservarlo. Ojalá otras edificaciones urbanas, igualmente amenazadas por la llamada piqueta del progreso, que ahora no es una piqueta, sino un monstruo implacable, tuvieran igual suerte. Ojalá las autoridades que dirigen o manejan el planeamiento urbano de Valencia, se interesarán igualmente por ellas.

Ese gran valenciano llamado Francisco Polo Castellanos, fallecido hace poco, se murió soñando con ver convertido este Palacio en un Museo, en una biblioteca, en un centro de estudio o de arte; en una casa de la cultura. Creía él, y en esto lo acompañamos siempre, que por sus características propias, por su perfil arquitectónico, por su estilo romántico y también por su ubicación geográfica, ya que no existen razones de vialidad urbana para demolerlo, debería conservarse. Debería conservarse como una de las pocas edificaciones de verdadero sabor tradicional de que aun podemos enorgullecernos en la capital de Carabobo.

En esto estamos plenamente de acuerdo.

Valencia, Junio de 1978. 


7 de octubre de 1985. "Ejecutivos del Estado Carabobo"

Valencia, Lunes 7 de octubre de 1985.

Balcón Abierto del Cronista de la Ciudad.

Ejecutivos del Estado Carabobo.

Alfonso Marín.

(especial para El Carabobeño)



La Asociación de Ejecutivos del Estado Carabobo es una de las instituciones mejor organizadas y mejor dirigidas que existen en Valencia.

Fue fundada el 21 de septiembre de 1966, lo que quiere decir que acaba de entrar en el vigésimo año de su fundación, disponiéndose en estos momentos a celebrar con el mayor entusiasmo este acontecimiento. Una institución cuya curva de prosperidad siempre ha sido en ascenso. 
De muy pocas organizaciones similares se podría decir los mismo, y quizá el secreto de esto estriba en que ella ha constituido en todo momento una empresa de juventud. Manos jóvenes han intervenido en ella. El único hombre de cierta edad, entre los que la han presidido, fue su primer presidente - el doctor Carlos Valencia - quien cuando asumió este cargo ya pasaba de los cincuenta. También su secretario ejecutivo - Alfonso Marín - había llegado a cincuenta y ocho y desempeñó esta secretaría por cinco años.

Sin embargo, si queremos ser justos,  es indispensable recordar que el doctor Carlos Valencia era dueño de un dinamismo inagotable y de un espíritu juvenil extraordinario. Nunca le tuvo miedo al almanaque.

Para mayor claridad en cuanto a estas apreciaciones, conviene precisar algunos detalles. La institución ha tenido en estos veinte años, once presidentes. Exceptuando el primero, veamos en orden cronológico la edad de cada uno de ellos para el momento de asumir la presidencia: doctor Enrique Riquezes, (67 -70), 34 años; doctor Jacobo Salas Romer, (70 - 72) 32 años; doctor Luis Clemente Ortega, (72 -74), 35 años; doctor Gilberto Arrieche (74 - 76), 36 años, doctor Ricardo Barreto (76 -78), 38 años; ingeniero Senem Semidey  (78 -79), 41 años; doctor Alejandro Feo La Cruz, (79 -82), 32 años; ingeniero Jorge Alfert (82 -84), 46 años; ingeniero José Luis Vásquez Acedo, (84 -85), 35 años. Todos por debajo de los 50. 

Bajo la acción de estos hombres, la Asociación de Ejecutivos ha mantenido hasta hoy, como hemos dicho, una curva ascendente. Empezó con buen pie. La primera conferencia dictada en ella, estuvo a cargo del doctor Arturo Uslar Pietri. Después han desfilado por su escenario otras notables figuras del mundo cultural nuestro. (Entendiéndose esto del mundo cultura nuestro, en el sentido más amplio). Además, para todos estas cosas la Asociación dispone de un moderno edificio propio, con el mejor y más confortable auditorio que existe en Valencia. Esta asociación es la única que en Venezuela ha organizado en forma sistemática giras de ejecutivos y empresarios al exterior, con fines de acercamiento  social y cultural y de intercambio comercial, industrial y técnico. La primera de ellas fue hecha a Colombia, bajo la presidencia del doctor Enrique Riquezes; la segunda y tercera a México y Brasil, respectivamente bajo la presidencia del doctor Jacobo Salas Romer; la cuarta a España bajo la presidencia del doctor Luis Clemente Ortega; y así sucesivamente. Más tarde se hizo una nueva gira a España, bajo la presidencia del doctor Alejandro Feo La Cruz. Todas con gran éxito. Pero no podemos seguirlas nombrando, porque nos falta espacio para hacer un comentario adecuado de todas y cada una de ellas.

En cuanto a giras internas y visitas a empresas, bastaría con señalar que en este último ejercicio, bajo la dinámica presidencia del ingeniero José Luis Vásquez Acedo, se realizaron dentro y fuera del Estado Carabobo, doce de estas visitas.

Para la celebración de sus veinte años, el programa de la Asociación es extenso e intenso, ahora cuando está estrenando un nuevo y joven presidente. Se proyecta, entre otras cosas, la realización de foros en todos los distritos del Estado, empezando por el de Carlos Arvelo, para tratar en ellos sobre los principales problemas locales, en la forma más amplia, con participación de la propia institución y de representantes de otras instituciones especialmente invitados para tal fin. 

Además, la Asociación dispone a realizar en Valencia un gran foro sobre Diagnóstico y Pronóstico del Estado Carabobo para el año 2.000.

Lo dicho: Esta asociación es una de las más progresistas y prósperas que tiene Valencia. 

Valencia, octubre de 1985.

Nota: Desde la época nuestra, es decir,  desde su primera época, los ejecutivos organizados de Carabobo disponen de una funcionaria insigne: la señora Alicia de Lasalle, que ya forma parte del inventario de la Asociación. Es insustituible. 

Marín. 










domingo, 18 de agosto de 2019

10-09-89. Oración de despedida a Don Alfonso Marín, pronunciada ante su tumba por José Napoleón Oropeza


(Oración de despedida a Don Alfonso Marín, pronunciada ante su  tumba por José Napoleón Oropeza, el 10-09-89)

Para quien atraviesa el mar, el cielo y el agua se confunden: sólo se tiene conciencia de la grandeza y de la inmensidad o de la pequeñez de las manos que tocan su espuma.  Igual experiencia se sucede cuando alguien se propone contar las estrellas, no sabrá por cuál de ellas empezar.  Pero quien atraviesa el mar sabiendo que la espuma es lo más importante, puede alcanzar, a tiempo la plenitud del sabio y del poeta: ambos prefieren ver de lejos las estrellas, porque saben que el mar es la espuma, la vida, el rocío.

Quienes nos hemos detenido, en la mañana de hoy al borde de un abismo, de un hueco que dejará oír el sordo sonido más serio que oye el hombre en su viaje, como sombra, a través de la tierra que se descascara, cuando recogemos las cenizas de Alfonso Marín, el don Alfonso de la amistad, la sencillez y la sabiduría de siglos, sabremos que entregamos a la tierra las cenizas de un santo varón. Viejo, sabio y poeta, Alfonso Marín, nuestro querido don Alfonso que se nos fue volviendo viejo recogiendo caracoles, buscando pájaros salvajes, a la caza de palabras, se nos va por un rato a juntar estrellas, lejos de la espuma. Encendió las lámparas para que halláramos caminos hondos en su prosa precisa y exacta que, por igual, explicaba los misterios de la vida real que examinaba puntos de historia nacional con la sabia y exacta visión del periodista certero y agudo que fue: develaba los misterios del día y armaba rompecabezas y laberintos para dilucidar trozos de nuestro pasado como pueblo.

Fueron largos años de desvelo. Miraba las estrellas y juntaba palabras. Salía con su escopeta, que mantuvo con él por cincuenta años, cazaba mariposas, palabras, animales salvajes que después domaría. Largas horas de desvelo fueron dejando frutos que son hoy historia viva de Valencia. Ha quedado un archivo organizado, textos publicados, nacidos de sus inspiración, otros de su afán por la investigación, como los volúmenes sobre la historia de nuestro cabildo, tarea en la que, honrosamente, lo acompañamos durante diez años, al lado de nuestro siempre recordado Chun Morales, de la dulce Carmen de León Arocha. Juntos, los cuatro, descifrábamos garabatos, abreviaturas, jeroglíficos, guiados por el amigo que hoy nos dice adiós. Porque la gran tarea de don Alfonso fue procurar el trabajo bajo el signo de la comunicación, de la amistad cristalina. Así fuimos completando volúmenes mientras el continuaba acrisolando su labor de cronista hasta constituirse, hoy por hoy, en el cronista de cronistas de Venezuela, fundador de su Asociación y el más certero de los centinelas que ha tenido Valencia.

Su corazón se consagró a consolidar la labor fundadora que realizaron viejos robles valencianos en el Ateneo de Valencia. Igualmente, contribuyó a consolidar la página de opinión y editorial del diario El Carabobeño, tribuna eterna de quienes, en nuestro medio, convierten la pluma y el verbo en la única arma posible.  A la par, hombre incansable, fue contribuyendo al fortalecimiento de las instituciones que funcionaban en la Casa Páez. Lo acompañamos en aquella labor, en esos años en que juntos revisábamos viejos documentos. Fuimos miembros de su directiva en la Asociación de escritores: podemos dar fe y somos espejo viviente de ello de su extremado afán por estimular el trabajo creador en los jóvenes. Como nadie, Alfonso, el querido don Alfonso, el respetable don Alfonso, se constituyó en un guía para los jóvenes escritores y un estimulo para el trabajo ateneísta.
Transcurrieron esos años y Don Alfonso sabía que todo era espuma de mar.  ¿No lo vieron ustedes sonreír siempre, ni envanecer jamás? El llamado al trabajo, todos los días, era lo único que le importaba. Así se mantuvo hasta anteayer, cuando fue a la playa, al mar, el día que aparecieron todas las Vírgenes que se han mostrado a los cristianos sobre el agua, bajo la figura de El Valle, la Coromoto, Virgen de Regla, Caridad del Cobre: don Alfonso fue a la playa, nos cuentan. Pero yo imagino que quería ver la espuma, el momento en que la Virgen se recuesta y se convierte en luna. Fue al mar en busca de la Virgen. Ella le había dicho que lo esperaba el sábado y el sábado el rocío cubrió sus labios, empapo sus manos y nublo sus manos. Quiso la Virgen probarnos y dejarnos tan solo con la enseñanza de este hombre que fue, señores, el más fuerte de los camorucos de Valencia. Está acostado frente a nosotros uno de los más grandes humanistas que han luchado, con dignidad, bajo el cielo de Carabobo, no hay cosa más seria en el vida que el desgarre por un árbol caído y estamos enterrando a unos de los últimos viejos camorucos de nuestra ciudad. ¿Qué será de nosotros cuando solo tengamos rocío?
“ Vendrá la muerte y tendrá sus ojos
esta muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto. Tus ojos
serán una palabra inútil,
un grito callado, inútil,
un grito callado, un silencio.¨

Nosotros, que nos condenamos al silencio, que rezamos por quien anteayer se llevaron las Vírgenes de agua, deseamos enterrar, en lugar de los ángeles. Nos corresponde asumir su vigilia: nos corresponde recibir su legado. Tenemos, en vez de la noción de la muerte, la sabia luz que don Alfonso dejó en Carabobo, en Venezuela. Yo trabajé diez años, al lado de este árbol centenario, cuando ya era sabio y poeta y doy fe, en nombre de quienes, como yo, tenían diecinueve años, que la prosa de don Alfonso, su palabra vital, orientadora, su vida como paradigma, hombre honesto, a toda prueba, fue el mayor acicate que tuvimos entonces. Académico a tiempo completo, poeta que tuve en la vida y en su recia voluntad el aprendizaje, supo atravesar el río y ocupar cargos públicos y servir con honestidad a toda prueba. Sabía que la sabiduría de Dios reside en la sencillez, en poseer en lugar del corazón una azucena. Pocos hombres atraviesan el mar y ganan un sitio en la historia dejando, como herencia, como escudo, el afán por el trabajo diario, la honestidad de una azucena. En estos días en que nuestro mar se ha visto turbado, en que la politiquería y la corrupción hunden las naves y tornan el azul marino en el negro de una noche que no acaba, la más leve y firme herencia que podemos recibir son estas cenizas de don Alfonso Marín, varón y caballero, venido de las montañas andinas para llenar de gloria al cielo de nuestro Carabobo. No hay valenciano que no le deba a Alfonso Marín una palabra de amistad y de aliento, una letra de esperanza, un cristal orientador sobre la base del trabajo creador.

¿Qué haremos nosotros, esta tarde, sin don Alfonso Marín, cuando acabemos de enterrar a unos de los últimos camorucos que quedaban? Debemos sepultar sus cenizas para tener conciencia del rocío. Llueve diciembre acá, sobre esta tumba, se abre un abanico de gloria y esperanza, las hojas que el viento esparce nos muestran el camino, el río. La Virgen y don Alfonso así lo han querido. Pocos hombres en la tierra son llamados don y éste era un don de Dios, de los pocos que Dios nos lega, por su bondad infinita, pero también, por su sabiduría. Si existiera el rocío  todos los días no existiría el rocío. Si todos los hombres tuvieran el don de don Alfonso, no hubiera existido don Alfonso. Pero existió: vivió a nuestro lado, y hoy, sabemos que la Virgen lo convidó a la playa y le dejó que se quedara con un poco de espuma. En vez de lágrimas al rocío y la luz que emana de su obra nos dan fuerza para llamar por su nombre a don Alfonso por toda la vida que nos queda. Porque hombres, poetas y sabios como él, corazón de azucena, palabra de cristal y fuego, son pocos los que en el mundo han sido.
Dejemos que los ángeles completen su deseo. El cielo parecía incompleto. En la tierra nos queda su pluma, su verbo. Sobre la tierra nos queda, para siempre, su rocío.

jueves, 2 de junio de 2016

Abril de 1970. "Sesquicentenario de Carabobo"

 Balcón Abierto del Cronista de la Ciudad

 Sesquicentenario de Carabobo 

Se aproxima a pasos agigantados la fecha sesquicentenaria de la batalla de Carabobo  y todavía no se sabe a ciencia cierta que vamos a hacer para celebrar este acontecimiento. Se ha nombrado una junta asesora integrada por medio centenar de personas, residenciadas unas en Valencia y otras en Caracas, y esta junta no se ha reunido todavía por primera vez, ni siquiera para instalarse a pesar de haber transcurrido ya varios meses desde el día en que fue juramentada en acto público y solemne por el señor presidente de la República. Como dijera recientemente El Carabobeño, nos estamos durmiendo sobre los laureles de Carabobo. 

Sólo el gobierno está trabajando. De esto no hay duda. Prueba de ello es la forma bastante eficaz con que se vienen ejecutando los trabajos de la hermosísima avenida que se está construyendo en estos momentos entre la ciudad y el campo inmortal. También sabemos de algunas monografías de carácter histórico o literario que se vienen elaborando. Nosotros mismos tenemos en preparación un ligero estudio sobre la batalla, sobre los héroes que participaron en ella y sobre los símbolos del monumento. Pero estos trabajos aislados, a nuestra manera de ver, son insuficientes. Necesitamos una acción de conjunto más honda, más activa, más directa, más amplia. No podemos cruzarnos de brazos en espera de que sea el gobierno quien se encargue de todo y quien prepare un programa de actos, a su sólo saber y entender,  que a última hora podría resultar con algunas deficiencias.

¿Qué pasa? ¿Hemos perdido la perspectiva de lo que significa Carabobo en la vida de nuestro país? ¿Nos estamos olvidando de nuestros próceres? 
Nada de eso. Sería necio achacar a ningún venezolano consciente falta de conciencia cívica o falta amor por Carabobo. Y en esto consiste, precisamente,  lo curioso del caso. En el plano individual, todos estamos convencidos de nuestro deber histórico; colectivamente, parece que es difícil que nos pongamos de acuerdo. Un absurdo. Lo contrario de lo que sucede en otros países, donde las individualidades aisladas significan muy poco, pero cuando deciden reunirse sobre un mismo objetivo, realizan grandes obras. Saben que en la unión está la fuerza, y no pierden oportunidad de demostrarlo.

Esta conmemoración que se avecina, presenta para nosotros dos aspectos perfectamente definidos: de un lado, el patriótico, el de la evocación del hecho heroico, el de la evaluación de lo que significó aquella batalla para la causa de la independencia; del otro, el pragmático,  el de la derivación de obras para Valencia, el de la construcción de la avenida; el de la remodelación y embellecimiento del campo, y el de la contribución en una palabra, al progreso de la ciudad. En conversaciones privadas con algunos amigos, les hemos observado que estamos careciendo en Valencia de aquel espíritu de iniciativa y de regionalismo constructivo, que caracteriza a los habitantes del estado Zulia. Los maracuchos ya habrían hecho de estas vísperas del sesquicentenario, un pretexto para solicitar y obtener obras, para estudiar y adelantar proyectos, para echar al vuelo las campanas de un ardoroso patriotismo; para hacer sentir una serie de aspiraciones del pueblo. Nosotros, en cambio, no estamos haciendo nada, o estamos haciendo muy poco, y esta actitud hay que revisarla. 

Y que no se piense que determinadas personas o instituciones deben ganar indulgencias con los escapularios del sesquicentenario. No, señor. Se trata de Carabobo, de la región en sí, y se trata, principalmente, de Valencia. Esta de por medio el interés de la comunidad, que a todos nos obliga. El interés colectivo. Todos debemos participar en esto.

Por eso nos permitimos hacer hoy un cordial llamado a todos y cada uno de los integrantes de la junta asesora nombrada por el señor Presidente de la República, para que nos dispongamos a trabajar con entusiasmo; a recuperar el tiempo perdido; a cumplir, en una palabra, el deber que nos corresponde.

 Valencia, abril de 1970

Publicado en El Carabobeño, el miércoles 8 de abril de 1970.