miércoles, 10 de febrero de 2016

Desarrollo de Valencia

Valencia, sin fecha.

Desarrollo de Valencia

Valencia fue fundada a mediados del siglo XVI en esta parte geográfica preferida por nuestros primeros pobladores. Existen todavía algunas dudas acerca de la fecha de su fundación y de la identidad de quien la ejecutó. Estos son hechos que todavía se continuarán discutiendo y averiguando, en ese piélago inmenso del pasado, que es la historia; oficialmente, sin embargo, ha sido admitido que esta fundación se produjo el 25 de marzo de 1555 y que su fundador fue el capitán Alonso Díaz Moreno. Así lo venimos celebrando todos los años.

Valencia fue la quinta ciudad importante fundada en Venezuela, doce años antes que Caracas, y esta fundación se hizo por tres razones fundamentales, que son evidentes: la primera de ellas, por consolidar la ocupación del ámbito del Lago, que había sido descubierto por Juan de Villegas siete u ocho años antes, el 24 de diciembre de 1547; la segunda, por revelar o contrarrestar la importancia política y estratégica de la Borburata, fundada en el mes de febrero de 1548 por el propio Juan de Villegas, permanentemente expuesta a las incursiones de los piratas, y la tercera, por utilizar a Valencia como trampolín para conquistar el valle de Caracas, que hasta ese momento no había podido lograrse, porque los cerros empinados del Avila estaban erizados de indios muy agresivos, que ofrecían una fuerte resistencia.

La lucha por la conquista y dominación de Venezuela, duró tres cuartos de siglo, en contraste con facilidad con que se vinieron abajo ante la sola presencia de los españoles los imperios de los Incas en el Perú, los Aztecas en México y los Mayas en Centro América.

Valencia estaba llamada a desempeñar desde el primer momento un papel de gran importancia en nuestra tradición y en nuestra historia, aunque su crecimiento, como veremos más adelante, fue siempre extremadamente lento. Esto, no obstante el auge y desarrollo de nuestros centros urbanos, de que nos habla el doctor Caracciolo Parra Pérez en su "Historia de la Primea República". Allí nos dice el doctor Parra Pérez que "el aumento de la riqueza agrícola y comercial había traído como necesaria consecuencia el desarrollo de los centros urbanos, de modo que, a principio del siglo XIX, se contaban en nuestro territorio diez ciudades de más de diez mil habitantes y catorce que tenían de cinco mil a nueve mil. Esta proporción es notable si se considera que en los Estados Unidos apenas había en 1790 cuatro ciudades cuya población superase diez mil almas. Filadelpia tenia 42.000 en aquel año, tanto como Caracas en 1804". ("Historia de la Primera República de Venezuela", pag. 77). Es decir que Caracas le iba pisando los talones a Filadelfia, la ciudad de mayor desarrollo que existió originalmente en los Estados Unidos.

De valencia se tuvo al principio un concepto jurisdiccional y geográfico muy amplio: en su "Descripción Exacta de la Provincia de Venezuela", publicada en 1764, don Joseph Luis de Cisneros, dice que "el temperamento es cálido y seco, y muy saludable; sus aguas son delicadas; su fundación es hermosa, las calles son anchas y derechas; las fábricas regulares, tiene Iglesia muy bien adornada; dos Curas, un Hospital; un Convento de Religiosos Franciscanos; tiene Teniente de Gobernador; Alcaldes y Regimiento. La Plaza es grande y bien delineada; su  Vecindario será de seis a siete mil almas....". Y agrega: "Linda por la parte Norte con la costa del Mar: por el Sur con la Villa de San Luis de Cura; por el Oriente con la ciudad de Caracas; por el Poniente con San Carlos y Ciudad de Nirgua..." Esto significa que la ciudad ejercía su influencia en una vasta zona geográfica.

Sin embargo, para los días de la guerra de independencia, es decir, para los comienzos del siglo XIX, Valencia era una ciudad todavía muy pequeña, desde el punto de vista urbano y demográfico. Ya hemos dicho que su crecimiento fue lento. Así ocurrió durante los trescientos años de la colonia. Cuando nos visitó el obispo Martí, en 1782, la ciudad tenía, según el censo que el levantó, 7.237 habitantes, mientras que el censo de Depons, de 1800, arrojó 5.548, y según los cálculos hechos por Humboldt, quien visitó a Valencia en enero del citado año de 1800, la ciudad tenía "de seis a siete mil almas". Son sus palabras. Además, el propio Humboldt estimaba que Valencia debía ser la capital de Venezuela, según lo asienta en sus memorias. Textualmente dice: "Laméntase, y tal vez con razón, que Valencia no se haya convertido en la capital del país. Su posición en una llanura, a orilla de un lago, recordaría la situación de México. Reflexionando sobre la fácil comunicación que presentan los valles de Aragua con los llanos y los ríos que desembocan en el Orinoco, cuando se reconoce la posibilidad de abrir la navegación interior por el río Pao y el Portuguesa hasta las bocas del Orinoco, el Casiquiare y el Amazonas, se comprende que la capital de las vastas provincias de Venezuela hubiera estado mejor situada cerca del soberbio puerto de Puerto Cabello, bajo un cielo puro y sereno, mejor que cerca de la rada poco abrigada de La Guaira, en un valle templado aunque constantemente brumoso. Acercada al Reino de Nueva Granada, situada entre las tierras fértiles de trigo de La Victoria y Barquisimeto, la ciudad de Valencia hubiera podido prosperar; pero a pesar de todas esas ventajas, no pudo competir con Caracas, que durante los siglos le arrebató gran número de sus habitantes. Las familias de los mantuanos prefirieron la mansión en la capital a la de una ciudad de provincia". 

Esta observación es exacta: Caracas prosperó siempre a costa de las demás ciudades de Venezuela, que en ningún caso y en ninguna forma podían competir con ella. Y en cuanto a la mención que hace Humboldt de las tierras fértiles en trigos, situadas entre la Victoria y Barquisimeto, es porque en todas estas zonas interioranas, y en especial en los valles situados en la cuenca del lago de los Tacarigua, se cultivaba el trigo con gran éxito. Humboldt compara nuestro trigo con el producido en México y en Europa, y lo encuentra de excelente calidad. Aquí mismo, muy cerca de Valencia, encontró dos molinos de trigo, uno hidraúlico, construído por un ingeniero que había venido de Mérida, y el otro de tracción de sangre. Los terrenos que hoy ocupa la urbanización El Trigal llevan ese nombre, porque para esa época estaban cultivados de trigo.

También nos dice Humboldt: "La industria de los habitantes comienza por lo general a despertar, y el cultivo del algodón ha aumentado considerablemente después que se acordaron nuevas libertades al comercio de Puerto Cabello y que se abrió este puerto, desde 1798, como puerto mayor a los navíos directamente de la metrópoli".

Sin embargo, cuando Humboldt afirma que "la industria de los habitantes comienza por lo general a despertar", es evidente que se refiere a una pequeña artesanía entonces existente, porque lo principal en las cercanías de la ciudad y del Lago, eran los cultivos de caña, café, algodón, añil y otros frutos similares y el fomento de la ganadería, que al correr de los años alcanzó un notable incremento en toda la zona, mientras que las primeras industrias entendidas como tales, se iniciaron aproximadamente en 1855; es decir, trescientos años después de fundada la ciudad: fábricas de aceites y de fósforos, fundiciones, fábricas de sombreros y de sacos, tenerías, talaberterías, alpargaterías, refinerías de azúcar y otras similares. La primera agencia bancaria establecida aquí, fue la del Banco Nacional, que empezó a funcionar en 1842. Orden en que aparecieron otras industrias: cerveza e hielo en 1894, (año en el cual se fundó la Cámara de Comercio de Valencia), elaboración de pastas alimenticias, en 1892; cigarrilos en 1890; telares en 1897; bebidas gaseosas en 1913; electricidad, en 1908, aunque ya habíamos tenido alumbrado eléctrico, con una pequeña planta, la primera del continente según González Guinán, inaugurada el 26 de septiembre de 1889.

En la segundad década del siglo XIX, Valencia se arruinó con la guerra. Después, vinieron los años turbulentos de las contiendas civiles y también el azote de algunas epidemias, lo que impidió  su crecimiento, hasta el punto de que al finalizar el siglo, no habíamos llegado todavía a los 30.000 habitantes. En el último censo levantado entonces, 1891, aparecemos con 28.109 y para el censo subsiguiente, 1920, es decir, 29 años después, se observa una curiosa disminución de 5.574; es decir, que habíamos bajado para entonces a 22.535 habitantes.

Esto indica que el crecimiento demográfico e industrial de Valencia, corresponde al presente siglo. Más concretamente:  ese crecimiento se inicia en la década del 20, se acentúa en la del 30 y cobra mayor velocidad en las décadas subsiguientes, hasta alcanzar en los últimos años una rata porcentual que sobrepasa todos los cálculos imaginables. A vuelo de pájaro, podemos verlos, en cifras redondas, a través de los censos de estos últimos cincuenta años: 1926, con 36.000 habitantes; 1936, con 49.000 habitanes; 1942, con 54.000 habitantes; 1950, con 88.000; 1961, con 155.000 y 1971, con 392.000.

De la década del 30 en adelante empiezan a aparecer grandes empresas: Sherwin William venezolana, fundada el 24 de septiembre de 1933, Protinal el 2 de julio de 1942, Firestone de Venezuela el 4 de mayo de 1954, Cerámica Carabobo, el 18 de abril de 1956, como filial de la Fábrica de Cemento de Carabobo, que corresponde a las postrimerías de la década del 30. Estamos en presencia de una ciudad disparada para usar un término militar. No importa quién le disparó, pero ya no habrá de detenerse.

Alfonso Marín.

Valencia. (no colocó fecha al documento tipeado con máquina de escribir).










sábado, 6 de febrero de 2016

Octubre de 1972. "Evocación Sentimental de María Clemencia Camarán"


Octubre de 1972. "Evocación Sentimental de María Clemencia Camarán".



Evocación Sentimental de María Clemencia Camarán.


Participación en el homenaje del Centro Bolivariano de Valencia en el primer mes de su muerte, el 10 de octubre de 1972.

El vacío que dejó María Teresa Camarán en su reciente viaje definitivo, es muy difícil de llenar. Ella cubre con su nombre una de las páginas más brillantes y hermosas en la historia de la cultura de la región. Su longevidad espiritual y física nos ofrece características verdaderamente admirables. Nació para las letras, vivió para las letras y murió en pleno ejercicio literario, como aquellos soldados heróicos que no se apartan de la trinchera de combate hasta no haber agotado sus últimos cartuchos. Fue superior al cansancio que la vida puede darnos y fue también superior al almanaque. Un caso excepcional.

Hija de un rico hacendado de Nirgua, Don Francisco Camarán, y de Doña Clemencia Pérez de Camarán, recibió cuando niña una cuidadosa y esmerada educación. Sus primeros estudios los hizo en su pueblo nativo de Nirgua y de allí fue trasladada luego al Colegio de Nuestra Señora de Lourdes de Valencia, donde estudiaría francés, inglés, manualidades, piano y pintura. La historia, la literatura, y el arte, fueron sus materias favoritas, y desde sus más tiernos años adquirió la manía de soñar. Escribir un verso, ensayar una melodía, delinear un paisaje: he allí sus entretenimientos favoritos. Desde la jaula bulliciosa del colegio, procuraba mirar hacia la calle, con ansías de ver la vida, de compenetrarse con ella, de dar rienda suelta a una sensibilidad interior llena de ocultas y profundas ansiedades, síntoma inequívoco de una vocación literaria incontenible, que agitaría su juventud. 

Tenía sangre de próceres. Era bisnieta del comandante Andrés Pérez, que anduvo al lado del Libertador y que intervino en varias batallas, entre ellas la de Carabobo, recibiendo más tarde las más alas condecoraciones de parte del gobierno y el Congreso de Colombia. Su padre estaba modelado física y psicológicamente en esa recia fragua en que se templó el acero de nuestros héroes, y quizá por eso mismo su hija dio demostraciones de ser una mujer de temple magnifico: al lado de su sensibilidad de artista; junto a su temperamento poético y muchas veces confundiéndose con él, podían encontrarse en ella algunos rasgos de ardorosa rebeldía, de dignidad irreversible, de rectitud insoslayable. Fue en esto superior a las más variadas e inesperadas contingencias. Inclusive fue capaz de poner sordina a sus emociones cuando algún dolor, por profundo que éste fuera, trataba de doblegarla.

¿Cuánto tiempo permaneció María Clemencia en las páginas de los periódicos, llevando al ánimo de sus lectores una inquietud literaria y una sensibilidad humana verdaderamente maravillosas? Cerca de sesenta años. Ya para 1922, es decir, desde hace cincuenta años, se había destacado en las letras como una figura de primera categoría, hasta el punto de que el gobierno del Estado Yaracuy, presidido entonces por el general Victoriano Giménez, decidió rendirle un homenaje. El Ejecutivo regional se trasladó en pleno a Nirgua, a la casa de María Clemencia, donde había de celebrarse un expresivo acto cultural en honor suyo y donde el secretario privado del general Giménez, el escritor Nicolás Perazzo pronunciaría un elocuente discurso. Este homenaje consistió en la entrega de una pluma de oro y un pergamino de reconocimiento; de reconocimiento a sus méritos literarios. Concurrieron a él delegados de los pueblos vecinos. Valencia estuvo representada por Don Luis Taborda, Carmen Leonor Ortega de Taborda, Dr. Miguel Bello Rodríguez, Dr. Víctor M. Lozada, Dr. Roberto Carvallo y José Antonio Paz García. Se estimulaba así una figura joven surgida con gran fuerza en el ámbito regional.

María Clemencia nos confesaba alguna vez que ese día lloró de la emoción, y este recuerdo candoroso lo rubricaba con una graciosa anécdota:

- Cuál no sería mi sorpresa - nos decía - cuando después de haber llorado tanto, como una buena pendeja, se acercó un funcionario del Ejecutivo yaracuyano y me dijo:

- Entrégame esa pluma, que esa no es la tuya, sino la que se le va a entregar al bachiller Federico Quiroz. La tuya se mandó a grabar y no ha llegado todavía. Te la enviaremos desde San Felipe.

Esperó cincuenta años, y la pluma no llegó nunca.

Ya para entonces, María Clemencia Camarán era admirada y cantada por los poetas. En ese mismo año de 1922, el poeta Marco Aurelio Rojas correspondió a un mensaje suyo con el siguiente soneto:



Palabras de Año Nuevo
A María Clemencia Camarán, en Nirgua.

Feliz año, me dices, y tu mano
tiendes a mi, benévola y sonriente;
tu mano, misteriosa y confidente
de los jardines cándidos y el piano.

En tu cariño y tu fervor cristiano
halló consuelo el corazón doliente
para todos las penas del presente
y las incertidumbres de lo arcano.

Estaba el corazón bajo la nieve;
mas, tu dulce palabra me conmueve
en la ruda ataraxia de mi hastío:

y así bendigo tu cordial empeño
porque en perpetuo paraíso sueño
para tu corazón y el mío.

Después, vendrían otras cosas: vendría su matrimonio con Jorge Aude, en 1926, del cual habrían de nacer sus hijos Iván y Gloria; su posterior traslado a Barquisimeto, donde el año 30 iba a intervenir con gran eficacia en la organización del programa conmemorativo del centenario de la muerte del Libertador; fundaría el Ateneo de Valencia en 1935; recibiría un homenaje, promovido por el Ejecutivo del Estado Carabobo en 1957, con la entrega en el Teatro Municipal de Valencia de 28 diplomas y 5 medallas de oro, ingresaría en el mismo año de 1957 a la Academia Nacional de la Historia como Miembro Correspondiente por el Estado Carabobo; sería más tarde condecorada por el gobierno nacional: ocuparía un escaño por elección popular en la Legislatura del Estado Carabobo; sorprendería a la crítica y a los sectores de artes plásticas con una espléndida exposición de pintura en 1971. Y, después de todo, su actividad intelectual continuaría siendo cada vez más intensa. (Una biografía de Don Santiago González Guinán, escrita en colaboración con el Dr. Fabian de Jesús Díaz, y un libro de pequeñas biografías de los próceres de la Batalla de Carabobo, así lo testifican). En la prensa local, sería una columnista infatigable. Escribiría para los periódicos tres crónicas semanales.

Pero en medio de todo esto, y esto es muy importante, conservaría las características de una modestia personal a toda prueba. Nada de poses. Nada de artificios. Siempre su misma sencillez bondadosa, su mismo carácter servicial y amistoso de todos los días. Alguna vez dijimos en una crónica nuestra, que María Clemencia Camarán era la negación de la vanidad. Y era cierto.

Nos conocimos en 1940, hace justamente 32 años. Ya para entonces su nombre había alcanzado justificada resonancia en el campo de las letras venezolanas. Ya para entonces los críticos literarios la mencionaban con justificada admiración cuando querían evocar otras figuras femeninas en las letras del continente: Delmira Agostini, Alfonsia Storni, Juana de Ibarbouru, Gabriela Mistral. Ya para entonces María Clemencia Camarán había empezado a ser María Clemencia Camarán.

En Febrero de ese año, vine yo a Valencia, enviado por el gran escritor carabobeño José Rafael Pocaterra, Ministro del Trabajo y de Comunicaciones, para desempeñar el cargo de Inspector del Trabajo en los Estados Carabobo, Cojedes y Yaracuy. María Clemencfia era Comisionada a la Orden de la Inspectoría: una especie de jefe de servicio o directora de la oficina. Nos entendimos de maravilla. Ella fue mi mejor punto de apoyo para hacer contacto con Valencia; sobre todo, con los sectores culturales de Valencia. Eramos dos espíritus afines: ella, una poetisa de renombre; yo, un aficionado a las letras, con un libro de versos en la mano, que acababa de salir de la imprenta: "Surcos de Occidente", con carátula de Leoncio Martínez (Leo) y prólogo del poeta colombiano Teodoro Gutiérrez Calderón.

Este encuentro no podía ser para mí más afortunado. Además, la secretaria de la Inspectoría, amia y compañera entrañable de María Clemencia, era una de las muchachas más inteligentes que he conocido en Carabobo: Lilia Noda Salvatierra, hoy viuda de Correa Avila. Y como si esto fuera poco, también formaba parte del personal de la Inspectoría el notable cuentista carabobeño Arturo Castrillo, una de nuestras últimas figuras románticas del criollismo, cuyo libro de cuentos "Garúas de Enero", bautizaríamos más adelante. En una oficina contigua, el poeta Eduardo Herrera, intelectual en toda la línea y hombre dotado del más ingenioso buen humor, investido entonces con el cargo de Procurador de Trabajadores; cerca también al lado suyo, como Agente de Colocaciones, nuestro colega en achaques históricos y literarios Torcuato Manzo Nuñez. Y después, para completar el cuadro, ingresaría también a la Inspectoría la poetisa Margot Ramírez Travieso. No se podía evitar que la Inspectoría se convirtiera en un Ateneo. Sin embargo, los intereses de los trabajadores estaban bien representados. Un equipo de personas de alta sensibilidad social se encargaría de defender sus derechos, con la más absoluta lealtad y con la más decidida consagración a la causa obrera. Para complemento se disponía entonces de un Juez del Trabajo, probo y austero, el Dr. Luis Guillermo Arcay, que era la personificación más caracterizada de la recta aplicación de la hermenéutica jurídica. Un juez incorruptible y un buen jurista.

Así se inicio mi fraternal encuentro con María Clemencia Camarán en Valencia. Después, estaríamos juntos en todas partes: en las instituciones sociales y culturales, en el Ateneo, en la Asociación de Escritores, en la AVP, en la Sociedad Bolivariana, en la Sociedad Amigos de Valencia, en las columnas de los periódicos, en los jurados literarios, en la Academia de la Historia. Y menciono estos vínculos, no por vanidad, ni por oportunismo, ni por falsa modestia, ni por orgullo personal propio, sino para justificar la afirmación de que la conocí muy de cerca y de que estoy en condiciones de afirmar que María Clemencia Camarán es una de las figuras más extraordinarias que han producido las letras regionales en los últimos tiempos. Tenía talento, capacidad creadora, voluntad de servicio, bondad inagotable, generosidad útil, sensibilidad humana profunda. Quizá como escritora, tuvo un defecto, que alguna vez comentamos con ella misma: su prodigalidad excesiva. Se sentaba a escribir, y era como abrir un grifo: dejaba correr su prosa como dejar correr el agua; no maceraba su obra, no la decantaba; le faltaba auto-crítica.

Hay que advertir, no obstante, que dentro de esa soltura pródiga de su capacidad creadora, solía escribir páginas admirables. Algunas de esas páginas deben ser recogidas en un libro. Prueba de ello es su última crónica: la que estaba escribiendo cuando repentinamente le sobrevino la muerte. Estaba haciendo en ese momento un enfoque magnífico de nuestras actuales relaciones con la Madre Patria. No se le podría cambiar ni una coma a lo escrito: firmeza en el concepto, claridad en la expresión, absoluta corrección en la forma.

Esa era María Clemencia. Así la vimos y la admiramos todos sus amigos. Así la habrá de ver la crítica. Así la habrán de ver las generaciones que vengan detrás de nosotros.

Así la vió su tierra.

Alfonso Marín.

Valencia, 10 de octubre de 1972,













A

viernes, 5 de febrero de 2016

Julio de 1975. "Dos valencianos telúricos".


Julio de 1975. "Dos valencianos telúricos"

Dos valencianos telúricos


En el bautizo de los libros "Gentes y Cosas de Valencia", segundo tomo, del Dr. Fabían de Jesús Díaz, y "Daguerrotipo del Recuerdo", de Luis Taborda. Casa Paéz 18 de julio de 1975.

Hoy le estamos rindiendo un homenaje a Valencia. Al bautizar un libro de Fabían de Jesús Díaz y otro de Luis Taborda, ambos referidos al devenir histórico de la ciudad, nos estamos metiendo de pronto en el corazón de la urbe; ellos son por igual un símbolo viviente, una especie de individualización de la colectividad valenciana, contemplada a la luz de sus credenciales espirituales más altas. En sus libros, que bautizamos hoy, donde la tradición y la historia juegan un papel preponderante, podemos encontrar un igual sentido telúrico profundo. Los temas pueden ser diferentes, abordados con criterios también distintos, pero en el fondo subsiste el mismo amor compartido y la misma devoción , el mismo sentido de responsabilidad vigilante por las cosas de la ciudad. Y así han sido siempre. Conservo de ellos el recuerdo de cuando los conocí, hace justamente treinta y cinco años, a mi llegada a Valencia. El doctor Díaz aparecía ante mis ojos, alto, majestuoso, ceremonioso, pausado y ponderado como un patriarca biblíco. Taborda, en cambio, lucía una estampa diferente: era elegante y galante como un Brummel inglés, identificado con las ceremonias y las genuflexiones del Palacio de Buckinghan, o como un petimetre francés de la época de Luis XV. Hablemos separadamente de ellos.    

LUIS TABORDA

Fue siempre en su juventud un bailarin consumado, diestro en la danza del minué, el rigolón y la mazurca. Desempeñó un papel muy airoso en los elegantes salones del Club Centro de Amigos, el principal centro social de la época. Cabe recordar que cuando fue presidente del Estado Carabobo el general Emilio Fernández, cincuenta o sesenta años atrás, éste lo llamaba para que dirigiera las cuadrillas en las rumbosas fiestas ofrecidas por él a la alta sociedad valenciana. Para esto, y para otras actividades sociales y culturales, Luis Taborda era un caballero dotado de singulares tributos.

Un día surgió lo inesperado: las circunstancias lo iban a someter a una prueba distinta. Corría el año de 1918. Todavía retumba en el horizonte la voz de los cañones de la primera guerra mundial, que había incendiado de punta a punta a Europa. Se presentó entonces una grave epidemia: la famosa gripe española. Valencia se vio de pronto sumida en la mayor consternación con esta epidemia. La gente se moría sin más remedio. Hubo dos tareas específicas: la de salvar a los enfermos y la de enterrar a los muertos. En ambas, Luis Taborda se va a convertir en un líder. Llegó a ser el miembro más activo de una comisión que nombró el Ejecutivo del Estado, presidida por el doctor Jesús María Briceño Picón, médico merideño de grata recordación en Carabobo. La situación se iba tornando cada vez más grave, y se sugirió la idea de fundar la Cruz Roja de Valencia. La propuso Pedro León Oronoz. Se llevó a efecto una reunión inicial en la librería de Napoleón Malpica, el 20 de octubre de aquel año, con asistencia de un grupo de hombres de reconocida sensibilidad social, entre ellos Luis Taborda, como el más activo de todos: Pedro León Oronoz, Francisco Anglade, Félix Olivo, René Viso Sucre, Agustín Codecido, el escultor Pako Boca, el caricaturista Pako Betancourt, Pedro Alvisúa, Jorge Betancourt Seidel, Ricardo Montenegro, Víctor Montenegro, el poeta Salvador Carvallo Arvelo y algunos otros. Estos son los fundadores de la meritoria institución. Al día siguiente, fue hecha la participación de rigor al gobernador del Distrito Valencia, señor Felipe Rojas Fortuol.

Los miembros de la comisión nombrada por el presidente del Estado, visitaban las casas de los barrios para auxiliar a los enfermos, encontrándose muchas veces con que algunos de éstos ya habían dejado de existir. Se dio el caso de hallar el mismo día tres cadávers en una sola casa, ya en estado de descomposición. Un médico residente, recién llegado a Valencia, el doctor José Angel Rivas, colaboró activamente en esta tarea. Taborda fue enviado luego al occidente de Carabobo -Bejuma y Montalbán- donde se enfrentó al problema con el mismo celo y con la misma eficacia con que lo había hecho en Valencia. A la vez fue nombrado secretaria de la Cruz Roja de Valencia; ninguno más indicado que él; ninguno más entusiasta; y este cargo lo ha ejercido con carácter ad-honorem desde entonces hasta hoy, con ejemplar eficacia. Posiblemente él viene a ser la única persona en la historia del mundo, que sin solución de continuidad ha ejercido un cargo semejante durante 57 años consecutivos; es decir, por más de medio siglo, sin remuneración alguna, animado por la voluntad de servicio y espíritu filantrópico, que nadie será capaz de discutirle. Este solo detalle bastaría para señalarlo como uno de los hombres más bondadosos y más útiles que ha producido Valencia.

Su condición de hombre galente, por otra parte, nunca tuvo límites. En aquellos días memorables de la década del 40, cuando llegaban a Carabobo lotes de inmigrantes, procedentes de los países nórdicos del viejo continente, siempre lo vimos por las calles de Valencia, con una rubia europea colgando del brazo, sirviéndole de cicerone para mostrarle la ciudad. Cierta ves afirmábamos que si él se hubiera perdido en la selva y se hubieran nombrado comisiones para rescatarlo, habría sido hallado debajo de un árbol, en compañía de una rubia europea, a quien estaría recitando en ese momento al oído los versos enternecedores de algún poeta del Siglo de Oro español o de la época romántica. Afortunadamente para él, su esposa Carmen Leonor, que ha sido y sigue siendo la mujer más dulce, más abnegada y más generosa del mundo, le perdonó siempre a Luis estas liviandades.

Un día nos refería él delante de ella, un episodio muy interesante; cierta vez estableció un romance con una austríaca, nacida en Viena, de alma musical como buena vienesa y de nombre de río para ser más romántica. Esta mujer le reprochaba a Luis su extremada bondad y su menosprecio por el dinero. Luis parece haber pensado siempre que el dinero es el 'estiércol del demonio', del que nos habla Shakespeare. Ella regresó a Europa, y un día, en el momento en que él había logrado reunir quinientos bolívares y se dirigía a una tienda para comprar un smoking, recibió un cable que decía: "Luis Taborda, Valencia, Venezuela, Enferma". Nada más. Ni siquiera aparecía una firma; pero Luis comprendió que este cable era de su amiga: cruzó la calle, y en vez de entrar a la tienda donde debía comprar su smoking, entró en el banco y convirtió los quinientos bolívare en doláres para enviárselo. Después recibió una breve carta, que entre otras cosas le decía: "Sigues siendo el mismo botarata, excesivamente generoso, pero esta vez no te reprocho, porque me has salvado la vida".
Ese es Luis Taborda sentimental y romántico. En cuanto a su libro "Daguerrotipo del Recuerdo", que estamos bautizando hoy, éste contiene una serie de crónicas deliciosas, en las cuales él ha vaciado su profundo amor a Valencia. 
Es un valenciano insigne en toda la extensión del vocablo.

FABIAN DE JESUS DIAZ

Nadie sería capaz de desconocer o de negar la capacidad de bondad y el amoroso espíritu valenciano de este querido amigo nuestro. Ya en su madurez, después de haber cumplido una trayectoria profesional fecunda, se hizo escritor para servir mejor a su tierra. Su caso podría ser comparado en cierta forma con el caso de Don Ricardo León, el gran cantor de Castilla, que también se dedicó a las letras un poco tarde, pero con tiempo suficiente para redondear una gran obra. Don Fabián de Jesús Díaz hizo periodismo en su juventud. Fue reportero deportivo de "El Nuevo Diario", en sus días de estudiante, para ayudarse en sus estudios. Allí logró contacto con Laureano Vallenilla Lanz, el gran apólogo de la dictadura, pero a la vez uno de nuestros sociólogos e historiadores más profundos. Fabian de Jesús Díaz ha dedicado parte de sus mejores energías a las letras de Carabobo, a la investigación de nuestro inmediato pasado histórico y a la fijación de los valores regionales en las páginas de sus libros. Una labor excelente. Y esto no ha de extrañarnos. Valencia es una de las ciudades de Venezuela que dispone de un número mayor de cronistas, guardianes de su patrimonio histórico, enamorados de su tierra, apersonados de la misión que les corresponde. Uno de ellos es, precisamente, Fabián de Jesús Díaz, que ahora nos entrega el segundo volumen de "Gentes y Cosas de Valencia", un libro fundamental, que habrá de ser siempre consultado como uno de los mejores atisbos hechos hasta hoy sobre la palpitante temática de Carabobo y de su historia.

Su arraigo, además, a la tierra nativa, es un arraigo irreversible. Varias veces nos hemos referido a un episodio suyo, que queremos recordar en estos momentos: cierto día fue llamado encarecidamente por el Ministerio de Sanidad para confiarle un alto cargo sanitario en Caracas. Opuso resistencia. No quería salir de Valencia; y cuando, finalmente, el Ministro, que era amigo suyo, le convenció de que debía complacerlo, prefirió residenciarse en Los Teques y no en Caracas, para tener así un paso dado en su regreso hacia Valencia. Y aquí lo tenemos nuevamente desde entonces, aferrado a su rincón nativo como un árbol; como Cecilio Zubillaga Perefa en Carora; como Roberto Montesinos en el Tocuyo; como Tulio Febres Cordero en Mérida; como Jesús Enrique Losada en Maracaibo; como Rafael Saturno Guerra en Valencia.

Las crónicas que hoy nos ofrece en este nuevo tomo de "Gentes y Cosas de Valencia", son un trasunto de valencianidad, de amor a Carabobo y de conciencia telúrica profunda.

Yo saludo a estos dos cronistas valencianos como dos torres espirituales de Carabobo, alzadas hacia el viento; dos vástagos telúricos de la región. Dos árboles que han crecido a orillas del Cabriales, hasta confundirse con las ceibas, los castaños y los samanes que custodian el valle de Valencia. 

Alfonso Marín.

Valencia, julio de 1975.