viernes, 5 de febrero de 2016

Julio de 1975. "Dos valencianos telúricos".


Julio de 1975. "Dos valencianos telúricos"

Dos valencianos telúricos


En el bautizo de los libros "Gentes y Cosas de Valencia", segundo tomo, del Dr. Fabían de Jesús Díaz, y "Daguerrotipo del Recuerdo", de Luis Taborda. Casa Paéz 18 de julio de 1975.

Hoy le estamos rindiendo un homenaje a Valencia. Al bautizar un libro de Fabían de Jesús Díaz y otro de Luis Taborda, ambos referidos al devenir histórico de la ciudad, nos estamos metiendo de pronto en el corazón de la urbe; ellos son por igual un símbolo viviente, una especie de individualización de la colectividad valenciana, contemplada a la luz de sus credenciales espirituales más altas. En sus libros, que bautizamos hoy, donde la tradición y la historia juegan un papel preponderante, podemos encontrar un igual sentido telúrico profundo. Los temas pueden ser diferentes, abordados con criterios también distintos, pero en el fondo subsiste el mismo amor compartido y la misma devoción , el mismo sentido de responsabilidad vigilante por las cosas de la ciudad. Y así han sido siempre. Conservo de ellos el recuerdo de cuando los conocí, hace justamente treinta y cinco años, a mi llegada a Valencia. El doctor Díaz aparecía ante mis ojos, alto, majestuoso, ceremonioso, pausado y ponderado como un patriarca biblíco. Taborda, en cambio, lucía una estampa diferente: era elegante y galante como un Brummel inglés, identificado con las ceremonias y las genuflexiones del Palacio de Buckinghan, o como un petimetre francés de la época de Luis XV. Hablemos separadamente de ellos.    

LUIS TABORDA

Fue siempre en su juventud un bailarin consumado, diestro en la danza del minué, el rigolón y la mazurca. Desempeñó un papel muy airoso en los elegantes salones del Club Centro de Amigos, el principal centro social de la época. Cabe recordar que cuando fue presidente del Estado Carabobo el general Emilio Fernández, cincuenta o sesenta años atrás, éste lo llamaba para que dirigiera las cuadrillas en las rumbosas fiestas ofrecidas por él a la alta sociedad valenciana. Para esto, y para otras actividades sociales y culturales, Luis Taborda era un caballero dotado de singulares tributos.

Un día surgió lo inesperado: las circunstancias lo iban a someter a una prueba distinta. Corría el año de 1918. Todavía retumba en el horizonte la voz de los cañones de la primera guerra mundial, que había incendiado de punta a punta a Europa. Se presentó entonces una grave epidemia: la famosa gripe española. Valencia se vio de pronto sumida en la mayor consternación con esta epidemia. La gente se moría sin más remedio. Hubo dos tareas específicas: la de salvar a los enfermos y la de enterrar a los muertos. En ambas, Luis Taborda se va a convertir en un líder. Llegó a ser el miembro más activo de una comisión que nombró el Ejecutivo del Estado, presidida por el doctor Jesús María Briceño Picón, médico merideño de grata recordación en Carabobo. La situación se iba tornando cada vez más grave, y se sugirió la idea de fundar la Cruz Roja de Valencia. La propuso Pedro León Oronoz. Se llevó a efecto una reunión inicial en la librería de Napoleón Malpica, el 20 de octubre de aquel año, con asistencia de un grupo de hombres de reconocida sensibilidad social, entre ellos Luis Taborda, como el más activo de todos: Pedro León Oronoz, Francisco Anglade, Félix Olivo, René Viso Sucre, Agustín Codecido, el escultor Pako Boca, el caricaturista Pako Betancourt, Pedro Alvisúa, Jorge Betancourt Seidel, Ricardo Montenegro, Víctor Montenegro, el poeta Salvador Carvallo Arvelo y algunos otros. Estos son los fundadores de la meritoria institución. Al día siguiente, fue hecha la participación de rigor al gobernador del Distrito Valencia, señor Felipe Rojas Fortuol.

Los miembros de la comisión nombrada por el presidente del Estado, visitaban las casas de los barrios para auxiliar a los enfermos, encontrándose muchas veces con que algunos de éstos ya habían dejado de existir. Se dio el caso de hallar el mismo día tres cadávers en una sola casa, ya en estado de descomposición. Un médico residente, recién llegado a Valencia, el doctor José Angel Rivas, colaboró activamente en esta tarea. Taborda fue enviado luego al occidente de Carabobo -Bejuma y Montalbán- donde se enfrentó al problema con el mismo celo y con la misma eficacia con que lo había hecho en Valencia. A la vez fue nombrado secretaria de la Cruz Roja de Valencia; ninguno más indicado que él; ninguno más entusiasta; y este cargo lo ha ejercido con carácter ad-honorem desde entonces hasta hoy, con ejemplar eficacia. Posiblemente él viene a ser la única persona en la historia del mundo, que sin solución de continuidad ha ejercido un cargo semejante durante 57 años consecutivos; es decir, por más de medio siglo, sin remuneración alguna, animado por la voluntad de servicio y espíritu filantrópico, que nadie será capaz de discutirle. Este solo detalle bastaría para señalarlo como uno de los hombres más bondadosos y más útiles que ha producido Valencia.

Su condición de hombre galente, por otra parte, nunca tuvo límites. En aquellos días memorables de la década del 40, cuando llegaban a Carabobo lotes de inmigrantes, procedentes de los países nórdicos del viejo continente, siempre lo vimos por las calles de Valencia, con una rubia europea colgando del brazo, sirviéndole de cicerone para mostrarle la ciudad. Cierta ves afirmábamos que si él se hubiera perdido en la selva y se hubieran nombrado comisiones para rescatarlo, habría sido hallado debajo de un árbol, en compañía de una rubia europea, a quien estaría recitando en ese momento al oído los versos enternecedores de algún poeta del Siglo de Oro español o de la época romántica. Afortunadamente para él, su esposa Carmen Leonor, que ha sido y sigue siendo la mujer más dulce, más abnegada y más generosa del mundo, le perdonó siempre a Luis estas liviandades.

Un día nos refería él delante de ella, un episodio muy interesante; cierta vez estableció un romance con una austríaca, nacida en Viena, de alma musical como buena vienesa y de nombre de río para ser más romántica. Esta mujer le reprochaba a Luis su extremada bondad y su menosprecio por el dinero. Luis parece haber pensado siempre que el dinero es el 'estiércol del demonio', del que nos habla Shakespeare. Ella regresó a Europa, y un día, en el momento en que él había logrado reunir quinientos bolívares y se dirigía a una tienda para comprar un smoking, recibió un cable que decía: "Luis Taborda, Valencia, Venezuela, Enferma". Nada más. Ni siquiera aparecía una firma; pero Luis comprendió que este cable era de su amiga: cruzó la calle, y en vez de entrar a la tienda donde debía comprar su smoking, entró en el banco y convirtió los quinientos bolívare en doláres para enviárselo. Después recibió una breve carta, que entre otras cosas le decía: "Sigues siendo el mismo botarata, excesivamente generoso, pero esta vez no te reprocho, porque me has salvado la vida".
Ese es Luis Taborda sentimental y romántico. En cuanto a su libro "Daguerrotipo del Recuerdo", que estamos bautizando hoy, éste contiene una serie de crónicas deliciosas, en las cuales él ha vaciado su profundo amor a Valencia. 
Es un valenciano insigne en toda la extensión del vocablo.

FABIAN DE JESUS DIAZ

Nadie sería capaz de desconocer o de negar la capacidad de bondad y el amoroso espíritu valenciano de este querido amigo nuestro. Ya en su madurez, después de haber cumplido una trayectoria profesional fecunda, se hizo escritor para servir mejor a su tierra. Su caso podría ser comparado en cierta forma con el caso de Don Ricardo León, el gran cantor de Castilla, que también se dedicó a las letras un poco tarde, pero con tiempo suficiente para redondear una gran obra. Don Fabián de Jesús Díaz hizo periodismo en su juventud. Fue reportero deportivo de "El Nuevo Diario", en sus días de estudiante, para ayudarse en sus estudios. Allí logró contacto con Laureano Vallenilla Lanz, el gran apólogo de la dictadura, pero a la vez uno de nuestros sociólogos e historiadores más profundos. Fabian de Jesús Díaz ha dedicado parte de sus mejores energías a las letras de Carabobo, a la investigación de nuestro inmediato pasado histórico y a la fijación de los valores regionales en las páginas de sus libros. Una labor excelente. Y esto no ha de extrañarnos. Valencia es una de las ciudades de Venezuela que dispone de un número mayor de cronistas, guardianes de su patrimonio histórico, enamorados de su tierra, apersonados de la misión que les corresponde. Uno de ellos es, precisamente, Fabián de Jesús Díaz, que ahora nos entrega el segundo volumen de "Gentes y Cosas de Valencia", un libro fundamental, que habrá de ser siempre consultado como uno de los mejores atisbos hechos hasta hoy sobre la palpitante temática de Carabobo y de su historia.

Su arraigo, además, a la tierra nativa, es un arraigo irreversible. Varias veces nos hemos referido a un episodio suyo, que queremos recordar en estos momentos: cierto día fue llamado encarecidamente por el Ministerio de Sanidad para confiarle un alto cargo sanitario en Caracas. Opuso resistencia. No quería salir de Valencia; y cuando, finalmente, el Ministro, que era amigo suyo, le convenció de que debía complacerlo, prefirió residenciarse en Los Teques y no en Caracas, para tener así un paso dado en su regreso hacia Valencia. Y aquí lo tenemos nuevamente desde entonces, aferrado a su rincón nativo como un árbol; como Cecilio Zubillaga Perefa en Carora; como Roberto Montesinos en el Tocuyo; como Tulio Febres Cordero en Mérida; como Jesús Enrique Losada en Maracaibo; como Rafael Saturno Guerra en Valencia.

Las crónicas que hoy nos ofrece en este nuevo tomo de "Gentes y Cosas de Valencia", son un trasunto de valencianidad, de amor a Carabobo y de conciencia telúrica profunda.

Yo saludo a estos dos cronistas valencianos como dos torres espirituales de Carabobo, alzadas hacia el viento; dos vástagos telúricos de la región. Dos árboles que han crecido a orillas del Cabriales, hasta confundirse con las ceibas, los castaños y los samanes que custodian el valle de Valencia. 

Alfonso Marín.

Valencia, julio de 1975.































1 comentario:

  1. Un domingo de 1945, yo tendria siete años y mi padre era director de la Escuela de Música Sebastián Echeverría Lozano, salimos con Luis Taborda a cazar un tigre. Luis llevaba como arma una manopla de acero y subimos lento una colina. Recuerdo la amable y dulce Carmen Leonor.

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