sábado, 28 de mayo de 2016

1961. "La Casa de Páez"

La antigua casa que habitó el general Páez en Valencia, es una de las pocas joyas históricas con que cuenta la capital de Carabobo. Para la época en que se produjeron los acontecimientos políticos que darían lugar a la separación de Venezuela de la Gran Colombia, Páez tenía tres casas de habitación: una en Valencia, una en Maracay y otra en Caracas, (La Viñeta); pero su residencia preferida fue siempre Valencia, donde sin duda alguna encontró un ambiente más amplio para el desarrollo de sus actividades culturales, que vinieron a constituir, en definitiva, un segundo capítulo de su vida, tan interesante como el de su carrera militar. Esta casa le sirvió de asiento para sus inquietudes artísticas y toda ella está saturada de sus mejores recuerdos.

Al correr de los años, lamentablemente, la vieja mansión ha sido destinada a los usos más diversos. Sirvió, inclusive, en cierta oportunidad, como cuartel de policía, y en reiteradas ocasiones ha sufrido considerables deterioros. Queriendo algunas veces repararla, se han hecho en ella agregados absurdos, afeándola, deformándola y convirtiéndola en una mezcla de caprichosas innovaciones, que pretenden ser modernas y que desentonan con el aspecto colonial que le corresponde. 

Sin embargo, hay algo que no puede borrarse y que por lo tanto ha permanecido inalterable: ese algo es la aureola evocativa del héroe, que predomina en ella; de su vida íntima, de sus horas de esparcimiento; de su larga permanencia en Valencia. Bajo su techo fueron considerados con calor los más graves problemas de la época. Puede decirse, sin exagerar, que en esa vieja casa de Páez nació la República. Por lo menos se discutieron en ella los pormenores de su creación. Y allí fueron firmados los más importantes documentos presidenciales que vinieron a darle a Venezuela su definitiva fisonomía jurídica de país independiente. 

Lo más evidente, no obstante, es que el general Páez realizó en esta casa una buena parte de sus admirables ambiciones de artista. Sus manos callosas, acostumbradas en un principio a las recias faenas del campo, a la doma de los potros salvajes, al silbido de la soga en el enlace del ganado cimarrón, en la inmensa extensión de la sabana; y luego al manejo de la lanza, que sembraba la confusión y el espanto en las filas enemigas, acariciaban ahora con voluptuosa mansedumbre las cuerdas del violín o las teclas del piano, poniendo así una nota de romántica ternura en el ambiente recargado de evocaciones heroicas, que rodeaba su vida. Su potente voz de barítono llenaba los salones, los corredores y los patios. Y nadie que no le conociera y que por primera vez le oyera cantar, acompañándose el mismo al piano, o en compañía de algunos amigos, podía imaginarse que aquella voz era la misma que dio el grito de "¡Vuelvan Caras!" en la batalla de las Queseras del Medio. No habría podido suponer que las modulaciones de esa voz, que fueron siempre un clarín de victoria en los llanos venezolanos y una fusta de fuego sobre las espaldas de las tropas realistas, podrían haberse convertido en tan corto tiempo en el mensaje sentimental de una evocación largo tiempo dormida en el corazón del pecho del héroe.

Hoy, su voz parece oírse todavía en esta casa. Limpia, clara y vibrante.  También parece oírse al lado suyo la amorosa voz de Barbarita Nieves, su compañera inseparable. 

Entre 1829 y 1830, el general Páez le mandó a hacer al inmueble una total refacción. Hizo pintar en sus corredores por el artista don Pedro Castillo, tío materno de Arturo Michelena, una serie de murales, contentivos de sus principales batallas.  Figuran en ellos las siguientes: 

Mata de la Miel, 16 de febrero de 1816. 
Acción del Yagual, 8 de octubre de 1816 
Combate del Parital, 18 de diciembre de 1816. 
Batalla de Mucuritas, 30 de enero de 1817. 
San Fernando de Apure, 7 de marzo de 1818.      
Las Queseras del Medio,  3 de abril de 1819. 
Batalla de Carabobo, 24 de junio de 1821. 
Asalto de Puerto Cabello, 7 de noviembre de 1823. 

Al pie de cada uno de estos murales aparece una descripción alusiva, donde Páez deja constancia de la forma como se desenvolvieron aquellas acciones, el número de hombres que tomaron parte en ellas, tanto de una como de la otra parte, las peripecias importantes que se presentaron en el curso de las mismas, y los resultados finalmente obtenidos. Estas pinturas son de poca calidad artística, pero tienen un valor documental inestimable, dada la circunstancia de que fueron ejecutadas bajo la dirección personal del propio Páez, testigo inobjetable, ampliamente calificado para indicar con precisión hasta los más mínimos detalles.
En el cuadro correspondiente a las Queseras del Medio, se incluyen los nombres de los 150 lanceros que tomaron parte en la batalla. 

En el salón principal, centro de recepciones de general Páez, éste mandó a pintar algunos cuadros alegóricos que revelan la diversidad de inquietudes que gravitaban sobre él, como hombre preocupado por las cosas de la cultura: la serpiente Pitón, Minos, Eaco, Radamanto, Arión, Casamiento de Venus y el Juicio de París. Los títulos de estos cuadros fueron intencionalmente borrados hace algunos años, al hacerse la pintura general del local. 

En el cielo raso de la sala, había sido pintado el sol de Carabobo. La cara de ese sol, era la cara de Bolívar. Y en las cornisas laterales aparecían nombres de próceres:  Simón Bolívar, Rafael Urdaneta, Juan Bautista Arismendi, Carlos Soublette, Juan José Flores, Francisco Carabaño, Jacinto Lara Cornelio Muñoz, Rafael Ortega y Diego Ibarra. Y en la cornisa de la antesala, los nombres de Mariano Montilla, Lino Clemente, Antonio José de Sucre, José Francisco Bermúdez, Santiago Mariño, Bartolomé Salom, Renato Beluche, Pedro Briceño Méndez, Francisco Toro, José Joaquín Maneiro, Julián Infante, Rafael Guevara, Cruz Carrillo,  Laurencio Silva, Judas Tadeo Piñango y José Tadeo Monagas.
Todo eso ha desaparecido.

La inclusión de tales nombres,  hecha por Páez, en la decoración interior de su casa, demuestra en forma indiscutible el espíritu de amistad de que estuvo animado siempre con relación a sus compañeros de armas. Tuvo la entereza y la hidalguía de conservar el sentimiento amistoso, como razón suprema de su vida por sobre toda otra contingencia.
Se empeñó en cultivar en Valencia una especie de filosofía de la amistad,  dejando una demostración evidente en los letreros que aparece en la parte exterior de las paredes de su casa. Hay allí algunas consignas diversas: "Nada es difícil a los mortales, Sin virtudes no hay patria, El vicio hace al hombre esclavo:  la virtud ciudadano, Es un gran mal no hacer el bien,  El ciudadano inútil es un hombre pernicioso,  No conoce las dulzuras de la paz quien no ha probado las amarguras de la guerra"; pero, a lado de éstas, aparecen otras relativas a la amistad: "Mi amigo es otro yo, Primero olvidarme a mí mismo que olvidar a mis amigos", y, finalmente, la más hermosa de todas que más que la concepción generosa de un rudo general de nuestra Independencia, parece la refinada expresión de un poeta lírico: "La vista de un amigo refresca como el rocío de la mañana".

Cuando el general Páez sufrió su inevitable ruina económica, con la pérdida de todos sus bienes, esta casa fue pasando de mano en mano, hasta el 15 de mayo de 1908, la compró el Ejecutivo regional para convertirla en un Museo. Estuvieron encargados de él, Juan Antonio Michelena, padre de Arturo Michelena, el escultor Andrés Pérez Mujica,  Felícita Celis Silva, pariente del Libertador y del general José Laurencio Silva, y Tatiana de Pérez Mujica.  Este museo, lamentablemente fue desapareciendo bajo la indolencia oficial, porque los sucesivos gobiernos de Carabobo prefirieron dar a la vieja mansión del Centauro,  un destino distinto.

El 2 de agosto de 1960,  sin embargo fue entregada a la Sociedad Bolivariana de Venezuela.

Esta institución la pidió para restaurarla. 

Alfonso Marín.
1961


"La Casa de Páez"
III Capítulo de "Páez en Valencia".
Bosquejo histórico presentado por su autor a la Academia Nacional de la Historia al ingresar a ella como Miembro Correspondiente.
Autor: Alfonso Marín.
Año: 1961.

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