viernes, 16 de marzo de 2012

10 Octubre de 1983. "Carta Abierta al Concejo Municipal"

EL CARABOBEÑO

Balcón Abierto del Cronista de la Ciudad.

Valencia, 10 de Octubre de 1983.

Señores.

Alcaldesa Hacibe Ramos y demás integrantes de la Cámara Municipal,
CIUDAD.

Muy estimados amigos: 

Contemplando ya con mayor serenidad el impacto emocional que me produjo la designación de Hijo Adoptivo de Valencia, que ustedes me han otorgado, les dirijo esta carta para hacerles llegar públicamente mi más cordial reconocimiento y para formular a la vez algunas reflexiones acerca de esta medida de tanta trascendencia. (De tanta trascendencia para mi, se entiende). La actitud generosa de ustedes se me ha convertido de pronto en una luz no prevista, que viene a iluminar con fulgores netos y limpios el atardecer de la vida de un hombre cuya fundamental preocupación no ha sido nunca otra que la de tratar de servir a su pueblo y a su país en la mayor medida posible, practicando al mismo tiempo la bondad, para poder ejercer así en el ámbito que lo rodea la sabia acuciante consigna que nos legó el Libertador. Servir, siempre servir. Una meta fija y firme, que en el caso mío no se presta a ninguna clase de confusiones, ni da lugar a dudas. El filósofo inglés ha pretendido hacernos creer que el hombre es lobo para el hombre y yo he querido desmentirlo, y lo he desmentido, efectivamente. Lo he desmentido y lo sigo desmintiendo. 

Mi residencia aquí, desde el mismo momento en que me trajo a Valencia aquella gran figura de las letras venezolanas que se llamó José Rafael Pocaterra, en 1940, ha sido diáfana. Me he convertido en una víctima afortunada de la mágica brujería de la ciudad, que trata de fijar aquí a las personas que llegan de otros lugares del país o de otras latitudes. Una brujería que yo mismo no me he sabido explicar y que históricamente ha ejercido su influencia en personajes tan disímiles como el Capitán Alonso Díaz Moreno, Don Pablo Morillo y el general José Antonio Paéz, para no citar sino tres de los casos más elocuentes. Yo fui muy versátil en mi primera juventud. Tuve ocasión de saborear a plenitud los más variados ambientes de nuestra geografía. He vivido en todas partes. Venezuela no tiene para mi secretos geográficos. Hasta que llegó el día en que me quedé anclado en Valencia con carácter definitivo. Por eso siempre le digo a mis amigos, que si me pierdo, me busquen en Valencia. Aquí me casé, aquí nacieron mis hijas y aquí han nacido todos mis nietos. Una manera de vincularme fuertemente a la ciudad antes de que la Municipalidad de Valencia me vinculara mucho más. Ahora soy un árbol más de nuestro Parque Metropolitano. 

Y esto me enorgullece y me alegra, porque siempre he pensado y dicho que Valencia es una escuela de hombres. Igualmente he afirmado, y cada vez estoy más convencido de ello, que esta ciudad, más que una ciudad, es un deber, y ese deber hay que cumplirlo. Los señores concejales pueden tener la más absoluta seguridad de que esta decisión suya, ha recaído en un hombre que ama entrañablemente a Valencia y que cada día se siente más consustanciado con su tradición y su historia. Soy una especie de policía de punto de la ciudad, armado de mi pluma como de la espada de un Samuray o la tizona de algún antiguo caballero español, siempre dispuesto a defenderla, como la defendió Urdaneta, cuando Bolívar le ordenó que la defendiera, hasta la muerte si fuera necesario. Allí está mi modesta obra literaria escrita aquí, cuyas páginas renovada y persistentemente así lo testifican. Esto naturalmente, sin dejar de volver los ojos a mi querido pueblo nativo Burbusay, en el Estado Trujillo, donde a instancias mías acaba de ser construida en un terreno que yo mismo doné, una magnífica Casa de la Cultura, con el nombre de una ilustre valenciana: LUCILA DE MARIN. Mi gran ausente. Sobrada razón tuvo Francisco J. Ávila cuando afirmó en cierta oportunidad que "una nueva institución cultural en Los Andes venezolanos con el nombre de Lucila de Marin, viene a ser una nueva luz sobre la montaña". 

José Ingenieros afirma que el terruño es la patria del corazón, y si seguimos al pie de la letra este pensamiento, de profundo sabor telúrico, yo puedo afirmar hoy que ahora mi corazón tiene dos patrias: Valencia y Burbusay. Una que me regalaron mis padres y otra que los gallardos y hospitalarios concejales de Valencia, me acaban de regalar. A las dos dedicaré con renovado empeño todas mis energías, todos mis esfuerzos, para tratar de servirlas, para seguirlas sirviendo como las he servido siempre. 

Así lo prometo solemnemente, señores concejales, en esta hora crepuscular de mi vida, que por voluntad propia tiene todas las características de una segunda juventud. 

Gracias, finalmente, por haberme dado la oportunidad de decir con meridiana claridad todas estas cosas. 

De ustedes, servidor afectísimo. 

Alfonso Marin, 
Hijo Adoptivo de Valencia

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