EL
CARABOBEÑO
Balcón
Abierto del Cronista de la Ciudad.
Macuro
En
comisión especial con el dinámico empresario de viajes José Cabello Calvo,
acabamos de hacer una visita relámpago a Macuro, el lejano rincón del
golfo de Paria, donde por primera vez
tocó Cristóbal Colón tierra del continente. Nos acompañó la profesora Cecilia
de Monsalve, interesada en conocer igual que nosotros el espléndido paisaje de
aquella zona. Un paisaje, como pocos, llenos de encanto.
Parece
mentira que en el corto término de un día, hubiéramos podido cubrir una ruta
tan larga y tan llena de impresiones para cualquier desprevenido visitante.
Salimos de Valencia en horas de la madrugada, para poder tomar en Maiquetía a
la seis de la mañana el avión que nos llevaría a Guiria, con un toque técnico
de breves minutos en Porlamar. Este vuelo no pudo ser mejor. En Guiria fuimos espléndidamente
atendidos, entre otras personas, por los jefes y oficiales de la Guardia
Nacional. El Comandante de la Guardia Costera teniente-coronel Nicomedes Rincón
Maldonado, hombre dinámico y despierto, nos proporcionó con extrema cortesía
todas las facilidades para que pudiéramos cumplir a cabalidad el cometido. Puso
a nuestra disposición una de las flamantes y modernas lanchas utilizadas para
el patrullaje de la zona. Una lancha de 15 metros de eslora, acondicionada para
una velocidad normal de 25 nudos por hora. Su capitán, el teniente Ibrahim Solarte,
un habilísimo piloto de indudable
experiencia (como buen zuliano), que tiene pretensiones de lobo marino, se
encargó de darnos en el trayecto todas las explicaciones del caso. Atracamos
por breves momentos en el único sitio poblado en toro el trayecto, el
Apostadero Naval “Francisco Javier Gutiérrez”, situado a escasos kilómetros de
Macuro. El mar estaba un poco picado,
pero la lancha lo dominaba perfectamente. De este modo, la experiencia vivida
se hacía más interesante.
Desembarcamos
en Macuro a las diez y media de la mañana. El pueblo ofrece un aspecto un poco
triste, por el abandono en que se encuentra desde hace varios años. Casas en
ruinas, todas techadas de zinc, y aguas negras corriendo por las calles. Una de
estas calles es extremadamente ancha y en ella se ven los niños descalzos y
casi desnudos, jugando con una pelota. Sus carreras y sus voces infantiles,
ponen una nota de alegría en el ambiente. Muy cerca de allí, unos hombres del
pueblo se entretienen desgranando maíz debajo de un árbol y dialogando con
familiar camaradería sobre las cosas sencillas de su vida diaria. Estos hombres
viven de la pesca y de una agricultura incipiente tatuada por ellos en las
escasas tierras disponibles. Al fondo, las empinadas serranías del Promontorio
de Paria, rocallosas, pero cubiertas de una vegetación impresionante. Y a pocos
pasos, casi a la orilla misma del mar, se elevan hacia el cielo las desnudas
ramas de un árbol centenario, como puños airados de protesta por la evidente
falta de atención administrativa a que están sometidos los habitantes del
pueblo. Y en contraste con esta desolación generalizada, aparece erguida y en
alto la estatua en bronce del Almirante, como un testimonio de la importancia
histórica de este sitio, digno de mejor suerte.
A pesar
de la miseria del pueblo, no hay limosneros por las calles. A la hora del almuerzo, vamos a un sitio
fresco y agradable, una especie de club-restaurant, cubierto de altos árboles.
Y desde todos estos sitios contemplamos los perfiles de la isla Trinidad,
situada como quien dice al alcance de la mano. Esta isla está ligada a
Venezuela por las más variadas peripecias de nuestra historia contemporánea. No
sabemos por qué asociación de ideas, pensamos en Antonio Paredes, el ilustre
valenciano olvidado, como tantos otros, injustamente, a pesar de ser, en
nuestro concepto, una de las figuras más gallardas de la política venezolana
del siglo XIX.
En las
primeras horas de la tarde regresamos a Guiria y aquí tomamos un taxi que nos
lleva a Carúpano, para tomar el avión de regreso a Maiquetía. Recorremos una
buena carretera de 140 kilómetros, atravesando algunos pueblos –Yoco, Santana
de Irapa, Campo Claro, Irapa, Trenapuy, El Rincón- en medio de una vegetación exuberante.
Haciendas de café y de cacao, grandes cocales: un paisaje verdaderamente
alucinante. La mente y los ojos se nos llenan de árboles. La naturaleza, aquí,
es espléndida.
Así
emprendimos un regreso sin tropiezos, con las mejores sensaciones y los mejores
recuerdos. Hemos dejado todo preparado para una gira, que realizaremos del 23
al 25 de octubre próximo, dentro de los preparativos de la celebración del
Quinto Centenario del Descubrimiento. El programa será muy completo, incluyendo
una misa de campaña al aire libre, al pie de la estatua del Almirante, oficiada
por el Obispo de Cumaná.
Seguiremos
informando.
Alfonso
Marín.
Valencia,
septiembre de 1987.
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