lunes, 16 de abril de 2012

10 de Junio de 1984. "Eladio Alemán Sucre"


EL CARABOBEÑO

Balcón Abierto del Cronista de la Ciudad.

ELADIO…


(Especial para El Carabobeño)

En esta tarde gris de junio, cuando las lluvias empiezan a caer sobre el valle de Valencia, bajo el encapotado cielo de Carabobo, nos llega la mala noticia: en Caracas acaba de morir Don Eladio Alemán Sucre, Director-Fundador de “El Carabobeño”.

Esta noticia, dicha así escuetamente, podría ser de relativa importancia, sino fuera porque se trata de un hombre ligado a las letras, al periodismo, a la cultura de la región, por una esforzada y noble labor de más de medio siglo. Pocas personas han servido a Valencia como él; pocas han realizado aquí una labor de proyecciones sociales y culturales tan amplias; pocos han dado en todo momento un ejemplo de constancia, de servicio permanente, de amor a la patria chica adoptiva escogida desde sus primero años. De pocos valencianos por adopción podría decirse otro tanto.

En efecto, ya se sabe que el verdadero terrón sentimental de todo hombre, la fértil base de sus raíces más hondas, es aquél donde lucha, trabaja y sueña; donde sirve a la comunidad por sobre toda otra conveniencia, como él supo hacerlo.

Alemán Sucre llegó a Valencia muy joven, sin recursos, sin una protección directa y efectiva de nadie. Traía apenas dos cosas: una bicicleta, en la cual vino desde su tierra nativa de Ocumare del Tuy, hasta aquí, y una pequeñísima maleta llena de ilusiones y esperanzas. Era aquél el momento en que la capital de Carabobo empezaba a despertar hacia el futuro de su viejo atraso de siglos. Sabido es que esta ciudad fue siempre muy pequeña, desde la conquista y la emancipación, hasta nuestros días. Cuando rayó el siglo XX, no había llegado todavía ni siquiera a los treinta mil habitantes, a pesar de ser de hecho, la capital social y económica, de una inmensa y rica zona geográfica. Durante los trescientos años de la colonia, no pasó de los siete mil.  Así lo confirman los censos de Martí y de Depons y los cálculos estimativos de Humboldt, quien nos visitó en el mes de enero de 1800. Eladio Alemán Sucre iba ser testigo y actor, a un tiempo mismo, de un proceso de desarrollo que nos iba a convertir en un tiempo relativamente corto, en la capital industrial de Venezuela. Se le abrió de este modo un campo propicio para el cultivo y el fomento de sus más nobles iniciativas. Así nacería su empresa París en América; así nacería “El Carabobeño”.

Pero no es solo eso; no se iba a conformar Eladio con incorporarse con éxito al torbellino de nuestro crecimiento; con  ver crecer la ciudad; con observar de cerca el progreso cada vez mayor de nuestras industrias. No podía conformarse con eso. El deseaba que su propia empresa, pequeña al principio, levantada a pulso, con los mayores esfuerzos y sacrificios inimaginables, se convirtiera al correr del tiempo en una empresa próspera y útil, y no dio descanso a su brazo, hasta no ver coronado su empeño.

Varias generaciones de jóvenes se fueron formando al amparo suyo como periodistas. Varias generaciones de jóvenes, fundamentalmente útiles a la comunidad venezolana, encontraron allí su escuela y asiento. En este sentido Eladio Alemán Sucre puede ser considerado como un verdadero Maestro, lleno de bondad, de ecuanimidad compartida, de perseverancia constante y firme. Un Maestro de honestidad profesional y de amor al trabajo fecundo.

Por eso podemos decir hoy, cuando solo la muerte ha sido capaz de proporcionarle descanso, un descanso definitivo, que para las presentes y futuras generaciones, Eladio Alemán Sucre deja en Carabobo una huella profunda. Una huella que no se podrá borrar con el tiempo, porque allí se queda, a través de las páginas de su periódico, un testimonio irrecusable.

Nosotros estamos unidos a él, a su bondad y a su recuerdo, por nexos fraternales muy hondos. Desde nuestra llegada a Valencia, en 1940, nos tendió la mano generosa y a partir de entonces, su periódico fue siempre nuestra casa: esto no podemos olvidarlo.

Que la tierra le sea leve; que su ejemplo y su memoria nos sigan iluminando a todos el camino como una lámpara.



Alfonso Marín.


Valencia, 10 de junio de 1984.


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