Los Venados de Valencia
Acabamos
de asistir a una charla del historiador y novelista Juan Correa sobre la
Valencia del tiempo de Josefa Hidalgo; es decir, sobre la Valencia de los días
estelares de nuestra guerra de independencia, que son los mismos dentro de los
cuales se mueven con claridad meridiana los personajes de su novela “La Saga de
los Malpica” publicada con gran éxito recientemente.
Una
charla deliciosa: con absoluto conocimiento de causa, con agudo sentido
crítico, con criterio de historiador y auxiliado algunas veces por la fantasía,
y hasta por el embrujo poético del paisaje valenciano, Juan Correa nos paseó
ágilmente por ese mundo maravilloso de la flora y la fauna de los valles que
forman la cuenca del lago de Valencia. Al describir, por ejemplo, el nacimiento
del río Cabriales y su deslizamiento por su milenario cauce rocalloso, casi
convierte en un poema algunos párrafos de su charla. Nos describe la
vegetación de las inmediaciones, las
distintas especies de peces que existían en el río y, en un sentido general, la
enorme riqueza de la fauna. Cosas que impresionaron a los españoles del siglo
XVI, sobre todo a Juan de Villegas, que nos visitó por primera vez el 24 de
diciembre de 1547, cuando nuestro lago era una taza rebosante y cuando las
colinas que nos rodean estaban llenas de manantiales por todas partes.
Al
referirse a la inmensa cantidad de animales silvestres que poblaban estas
comarcas, el conferencista dice que había manadas de venados que ambulaban por
las inmediaciones de Valencia.
Y esta
observación es correcta. Toda la cuenca del lago era así. Lo confirman las
memorias de los extranjeros que visitaron estas tierras y que nos dejaron la más
viva y objetiva descripción de ellas. Especialmente Humboldt, que nos dejó
algunas estampas maravillosas, interesado como estaba en estudiar y describir
las zonas geográficas que él iba recorriendo, acompañado de Aimé Bonpland, que
era otro naturalista famoso que anduvo con él durante casi todo el recorrido de
varias años en su célebre “Viaje a las Regiones Equinocciales”.
Por
cierto que a propósito de los animales de cacería, Humboldt nos relata el
episodio constatado por él en una de las islas de la laguna: dos días antes de
su llegada a este sitio, habían estado allí unos cazadores, y un viejo
conuquero que tenía una hija muy buena moza, pensó que estos cazadores podían
hacerle a ella algún daño y para preservarla de este peligro la hizo subir a un
árbol, donde permaneció toda una noche, mientras él la cuidaba armado de un
machete, y no la dejó bajar hasta que no estuvo seguro de que los cazadores ya
se habían ido.
Durante
los trescientos años de la colonia, y aún después de establecida la república,
los valles de Carabobo, y Aragua eran muy ricos en toda clase de animales de
cacería. Revisando la colección de “El Cojo Ilustrado”, nos hemos encontrado
con un reportaje publicado en 1911, donde se relata el lance de cacería de unos
cazadores caraqueños que hicieron una excursión por las afueras de Maracay y
cazaron 13 venados. Podría pensarse que se trata de una exageración, muy propia
de quienes practican la cinegética, pero el hecho está comprobado por algunas
gráficas, donde aparecen los 13 venados colgados en uno de los vagones del
viejo ferrocarril que nos comunicaba entonces con la capital de la república.
Más
todavía: aquí mismo en Valencia, en el sitio donde hoy se levanta la
urbanización Santa Cecilia, existió hasta no hace muchos años una laguna donde
los valencianos cazaban patos guiriríes. También en la finca La Rosarito, hoy
Lomas del Este, existió otra laguna hasta principios de este siglo. Y en cuanto
a la flora, no se diga: Juan Correa nos señala algunas de las plantas que
existieron entonces y que gradualmente han ido desapareciendo. Por ejemplo: una
palmera que se utilizaba para hacer sombreros y que fue descrita por Humboldt
cuando nos visitó en el mes de enero de 1800. El sabio alemán encontró un
pequeño bosque de estas palmeras entre Los Guayos y Valencia, que le recordaron
los oasis del desierto.
En los
cerros de nuestras inmediaciones, todavía se ven algunos animales silvestres,
entre ellos algunos escasos venados, que de cuando en cuando se dejan ver de
quienes hacen excursiones por estos cerros. También algunos picures y
guacharacas. Las lapas, los monos, las guacamayas y otros animales, han
desaparecido definitivamente. Y mientras tanto la vegetación se sigue
destruyendo. En estos mismos días ha estado ardiendo como todos los años el
Parque Metropolitano de Valencia. Hemos visto caer un hermoso árbol derribado
por las llamas.
Las
autoridades forestales, como siempre, han brillado por su ausencia.
Alfonso
Marín.
Valencia,
marzo de 1986.
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