Monumento a Bolívar en Valencia
Bolívar
no tiene en Valencia, ya lo hemos dicho en otra oportunidad, un monumento
verdaderamente digno de su gloria y de la tradición histórica de la ciudad, como los hay en otras ciudades
venezolanas y también del exterior.
Los
valencianos nos hemos descuidado en esto, conformándonos con la pequeña estatua
pedestre de nuestra plaza Bolívar, colocada sobre un pedestal y una columna
demasiado altos (18 metros), en el sitio donde se había decidido poner una india,
como símbolo de la libertad de América, según el decreto dictado por el
Congreso de Cúcuta en 1821, un mes después de la Batalla de Carabobo. Este monumento,
consistente en la “columna ática” de que nos habla el citado decreto, debió ser
levantado en el propio campo de Carabobo, pero por una resolución del Gabinete
de Guzmán Blanco, se decidió en 1888, bajo la interinaría del general
Hermógenes López, que se hicieran estos cambios y así se hizo. En otras
palabras: se substituyó la india con el Libertador y se colocó el monolito en
nuestra plaza Bolívar y no en el propio campo de Carabobo como había sido
previsto. Lo que el Congreso quiso glorificar con él, fue la batalla
propiamente dicha, como acontecimiento histórico de primera magnitud, donde se
había sellado nuestra independencia.
Hace
poco tiempo, el entonces gobernador de Carabobo doctor Raúl Gómez Hernández,
uno de los hombres más idóneos que han pasado por el capitolio de Valencia, planteó
la conveniencia de levantarle un monumento a Bolívar en esta ciudad y por un
malentendido de su departamento de relaciones públicas, se dio la noticia de
que el Monolito iba ser trasladado al campo de Carabobo. Ardió Troya. Se formó
el gran alboroto y el magistrado tuvo que aclarar que en ningún momento había
pensado en eso.
Claro:
mover el Monolito de su sitio, a estas alturas, sería tanto como demoler la
catedral o dar a ésta un uso diferente. Nada de esto puede hacerse.
Ambos forman parte esencial de la fisonomía urbana del centro de Valencia.
También formó parte de esta fisonomía urbana nuestra hasta hace poco, el
antiguo edificio municipal inconsultamente demolido de la noche a la mañana
para sorpresa y estupor de los habitantes de la ciudad. Fue un atentado que podría ser corregido, si
se construye, como se han pensado, un nuevo edificio municipal en el mismo
sitio, dándole a éste el mismo aspecto arquitectónico exterior que tuvo
antes. Se le devolvería de este modo a
nuestra plaza Bolívar, parte de la estructura tradicional que dolorosamente y a
ciencia y paciencia de las autoridades municipales, ha venido perdiendo
definitivamente en los últimos años. Toda ella ha sido deformada en sus
contornos en una forma increíble. Hoy la vemos convertida en un batiburrillo de
cubículos comerciales y hasta de edificaciones descomunales destinadas a
competir ventajosamente en altura con la catedral y el Monolito. La tradición
ha sufrido en la plaza Bolívar de Valencia, una gran derrota.
En
cuanto al posible monumento de que nos habló el doctor Rául Gómez para el
Libertador, estamos absolutamente de acuerdo. Ese monumento, tarde o temprano,
hay que hacerlo y quizá podría consistir en un conjunto escultórico, a la
entrada de Valencia, por el lado de Naguanagua, reviviendo la escena del
encuentro de Bolívar con el general Páez el 4 de enero de 1827, que dio al
traste con la rebelión de La Cosiata. Sería una lección de historia. Aquella escena
fue notable. Al día siguiente de este encuentro, Bolívar le escribe una carta
al general Urdaneta y le dice: “Ayer llegué a esta ciudad donde me han recibido
con un entusiasmo loco. Abracé al general Páez y en este abrazo, puede decirse,
que ahogamos la guerra civil”.
Para
hacer este monumento, se podría abrir un concurso entre escultores y en el caso
de incluir en él a estos dos personajes, se cumpliría un doble objetivo, porque
Páez tampoco tiene un monumento adecuado en Valencia. Hoy tenemos al Páez de
las Queseras del Medio, de Pérez Mujica, en La Florida, a la salida hacia el
Campo de Carabobo y el Centauro se encuentra allí como un llanero solitario,
donde nadie lo visita. También lo tenemos en la plaza de San Blas; pero lo que
colocaron en esta plaza en lugar del héroe fue la imagen relamida de un artista
de Hollywood, que viene a ser la negación más absoluta de la figura heroica del
prócer, que hizo de Valencia su ciudad preferida, después de la guerra. Páez
tenía para entonces tres casas: una en Valencia, otra en Maracay y la tercera
en Caracas, pero siempre quiso vivir en Valencia.
Este
tema resulta inevitablemente largo. Volveremos sobre él.
Alfonso
Marín.
Valencia,
31 de marzo de 1986.
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