50 Años del Ateneo
En
forma sencilla, sin grandes oropeles pero con un sentido pedagógico profundo,
se ha celebrado el cincuentenario del Ateneo de Valencia. Decir Ateneo entre
nosotros; es como decir la Catedral, o el Monolito, o la Virgen del Socorro; es
como evocar un gran símbolo; algo así como encontrarse de pronto con la más
pura, la más clara y la más neta tradición espiritual de la ciudad. Es como si
se estuviera pronunciando una palabra mágica para descorrer las cortinas de un
pasado inmediato cargado de recuerdos, de esperanzas y de angustias. Un pasado
de lucha abnegada y firme.
Cuando
llegamos a Valencia, el 22 de febrero de 1940, nos dimos cuenta de inmediato, y
esto lo hemos dicho más de una vez, de que para ingresar en el ámbito cultural
de la ciudad, había dos puertas de entrada: “El Carabobeño” y el Ateneo.
Nosotros ingresamos por esas dos puertas, y aunque veníamos a ejercer cargo
público, ya traíamos debajo del brazo nuestro primer libro de versos, “Surcos
de Occidente”; nos sentamos en un escaño del Ateneo y empezamos a colaborar en “El
Carabobeño”. Estas dos puertas de entrada nos han sido familiares siempre.
Sobre
el Ateneo hemos escrito mucho y seguiremos escribiendo. Alguna vez publicamos
un folleto suscrito con Luisa Galíndez y Margot Ramírez Travieso, “Diez años de
Lucha y de Trabajo”, reseñando sus primeras actividades hasta en sus más
mínimos detalles. Echábamos así las bases para un trabajo biográfico más
amplio.
Hoy, la
celebración del cincuentenario del Ateneo ha sido dividida en dos partes: la de
su fundación y la de su instalación, porque hubo entre ambas una espera muy
larga: de febrero a julio de 1936. ¿Por qué tanto tiempo? Muy sencillo: porque
no se disponía de medios para hacer su instalación. Hasta ese momento, el
Ateneo era apenas una idea, un capricho, un sueño. El sueño romántico de un
grupo de soñadores, damas en su mayor parte, que tenían el firme propósito de
dedicarse a trabajar por el fomento de la cultura. Cero dinero, cero
recursos. Durante esos largos meses de
espera, Luis Eduardo Chávez, uno de sus pioneros, anduvo de tienda en tienda
por el comercio de Valencia recogiendo retazos de coleto para forrar las
paredes del viejo cascarón de la Calle Páez donde se iba a instalar el Ateneo. Precisamente al lado del cuartel de policía y
frente a una agencia funeraria. Gozando de la compañía de tan amables vecinos,
funcionó allí durante 18 años.
El
Ateneo de Valencia, no nació por generación espontánea, sino porque para
entonces estaban dadas las condiciones de fundarlo: se acaban de romper los
diques de la dictadura con la muerte del dictador. María Luisa Escobar, gran
carabobeña, fundadora del Ateneo de Caracas, influyó desde allá sobre María Clemencia
Camarán, para que procediera a fundarlo. Esta fue su primera presidenta. Un
soplo de renovación se extendía por todas partes. Daba la impresión de que se quería recuperar el tiempo perdido.
El tiempo perdido en materia de cultura bajo la despiadada crudeza del régimen
imperante. Un ejemplo: la Universidad de Valencia había sido clausurada desde
1904.
Y el
Ateneo siguió su rumbo. Por su destartalado cascarón de la Calle Páez,
desfilaron grandes figuras de Venezuela y de otros países. Escritores, poetas,
y artistas. Toda una gama de hombres y
mujeres convocados a ejercitar una responsabilidad compartida sobre el
terreno espiritual de Valencia.
Y seguíamos
soñando. Un día se pensó en obtener un local propio. Varias sucesivas
presidentas del Ateneo se empeñaron en esto. Manuel García, gobernador de
Carabobo, regaló un terreno; pero ese terreno resultaba pequeño y hubo que
venderlo; también doña Melanie de Branger, regaló otro, que tampoco era
apropiado, y sucedió lo mismo. En estas condiciones, llegó a la presidencia del
Ateneo doña Lucila de Marín, quien procedió a construir el edificio. Faltó
dinero, y ella se echó a la calle en compañía de Don Pancho Alvarado
Escorihuela y Don José Auad a colocar cédulas hipotecarias. Estás cédulas
fueron donadas luego al Ateneo e incineradas en acto público y solemne en el
patio del nuevo edificio, acto que fue registrado en su primera página por “El
Nacional” de Caracas. Otro día, doña Chuchita Carabaño de Díaz, creó el salón
de artes plásticas “Arturo Michelena”, y más tarde Frida Añez, otra gran
presidenta, organizó y presentó la primera y única exposición internacional de
pintura que se ha celebrado en Venezuela, con la concurrencia de los
principales pintores de 32 países de América y Europa. (Frida Añez, Oswaldo
Vigas y el suscrito, estamos comprometidos a escribir la historia de este
evento). Otro día, en compañía de la presidenta Ana Enriqueta Terán,
organizamos aquí la primera convención nacional de ateneos de Venezuela. Y así
sucesivamente.
Hoy, el
Ateneo se encuentra en manos excelentes; Vitalia Muñoz de Chacín, Mary
Schwazemberg, José Napoleón Oropeza, Alfredo Fermín y otros. Y para proclamar
la conmemoración del cincuentenario de su instalación, fue escogida una voz
joven –la de Luis Arráez Azuaje- en señal de que el Ateneo se sigue renovando.
Este trató de ensayar en sus palabras
una apología de la angustia. Todo indica que el Ateneo está marchando en estos
momentos con justificado entusiasmo y que sus actuales dirigentes están
convencidos, como lo estamos todos, de que formar parte de su junta directiva,
es una de las formas más propicias y eficaces de servir a Valencia. De servirla
y de amarla.
Alfonso
Marín.
Valencia,
julio de 1986.
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