Los Deseos del Atardecer
Recordando
a León de Greiff
y a
Rufino Blanco Fombona.
Uno a
uno, con sus pasos contados,
mis amigos
viejos se van
irremediablemente
arrebatados
por un
soplo de eternidad
y dejan
un vacío profundo
difícil
de llenar.
Yo, mientras
tanto, sigo incólume
desafiando
la tempestad
en el
límite exacto
en donde
se separan o se juntan
el bien
y el mal,
sin preocuparme
por las horas
que van
marcando su compás
y que
me anuncian a su paso
que mi
momento llegará.
No me
importa, soy un estoico;
nunca he
flaqueado
ni jamás
habré de flaquear;
he sido
siempre fuerte
y así
he de ser hasta el final;
me queda
solamente la vida
-un
tanto usada como está-
y si
alguien quiere arrebatármela
no tengo
nada que objetar.
-
Es tuya, tómala, le digo,
la he
gozado bastante ya.
(No
haré ninguna resistencia
el día
que “la celosa”
me venga
a visitar).
Sería
inútil, Señor, tú bien lo sabes:
Sería inútil,
aunque tú puedes permitirme
Que viva
un poco más
Ojalá
resuelvas hacerlo,
¡ojalá!:
siendo tu
bondad infinita
conmigo
puedes extremar tu bondad.
En mis
jardines interiores
tengo ilusiones
en agraz.
En todo
caso estoy dispuesto
a dar
un paso al frente
a tu
más mínima señal.
Y hoy
te quiero hacer una súplica,
mi última
súplica quizás:
cuando llegue
la hora postrera
no me
lleves a descansar;
prefiero
que me asignes
un lugar
adecuado
lleno
de intensa actividad
donde pueda
seguir cumpliendo
mi destino:
Amar,
Servir
y Trabajar.
Tú me
has dado esos dones, Señor,
¡no me
los vayas a quitar!
Me
acobarda la idea
de una
quietud total.
Déjame
seguir siendo inquieto,
irreversiblemente
inquieto
para siempre
jamás,
hasta más
allá de la vida,
más allá
de la muerte,
más allá
del planeta,
más allá,
y que
unos ojos brujos
me sigan
alumbrando el camino
con su recóndito
mirar
y unas
manos piadosas
acaricien
mi frente
y me
ayuden a pensar y a soñar.
Eso es
todo, Señor, eso es todo.
¡Nada
más!
Alfonso
Marín.
Valencia,
agosto de 1986.
esto me ha erizado la piel
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