El Monolito
La
doctora Edith Montilla de Pandares, Alcaldesa de Valencia, nos dispensó el
honor de invitarnos para hacer una visita a la Plaza Bolívar, con el objeto de
revisar el estado en que se encuentra el Monolito, en cuyo tope más alto
aparece el Libertador de pie, con la diestra tendida hacia el horizonte,
señalando a los españoles la vía de retiro que habrían de tomar después de la
derrota de la batalla de Carabobo. El monumento, en sí, ha sufrido algunos
deterioros, que desde luego van a ser reparados. Pero lo esencial, por ahora,
es limpiarlo, para borrar de él los sacrílegos letreros que manos irrespetuosas
han venido escribiendo en sus bases y para quitarle los paños de grama que lo
rodean, que lejos de ser factor decorativo aceptable, constituyen más bien un
agregado innecesario y de mal gusto, colocado allí mucho después de la erección
del monumento. Esto, aparte de que tales paños agregados, que pretenden ser decorativos
y no lo son, retienen alrededor del pedestal el agua de la lluvia, con
perjuicio evidente del mismo. Puede observarse, igualmente, que esto le resta
espacio al ámbito de la plaza y al uso que de ella se ha hecho siempre para
reuniones diversas. No hay ningún otro lugar de Valencia, donde se hayan hecho
tantas manifestaciones y tantas concentraciones populares como aquí. El
Monolito es fiel testigo de toda clase de acontecimientos.
Con
esta medida de despeje y limpieza anunciada por la Alcaldesa, que cuenta con la
opinión favorable de los titulares de la Ingeniería Municipal y la Oficina de
Planeamiento, se habrá de complacer, por otra parte, una vieja aspiración de
Don Luis Taborda, expresada en infinidad de artículos de prensa, sin resultado
alguno, clamando porque se le devuelva a este monumento su aspecto original
primitivo, de suyo imponente y majestuoso,
y porque se observe un mínimo de respeto hacia él, evitando que se le
sigan estampando letreros grotescos, que lo afean ostensiblemente.
El
Monolito de Valencia no sólo es un símbolo característico de la ciudad, y un
rasgo fundamental de su fisonomía urbana tradicional e histórica, sino que por
sí mismo representa un valor arquitectónico de primer orden. Montado sobre tres
gradas de piedra para una base de cuatro metros y medio de altura, la citada columna
tiene diez metros de longitud, tal como fue previsto en el decreto
correspondiente del presidente de la República, general Hermógenes López, de
fecha 21 de septiembre de 1887, y su inauguración se efectuó dos años después,
el 24 de junio 1889. De manera que el año pasado se cumplieron noventa años de
haber sido decretado y el próximo año de 1979, se cumplen noventa de haber sido
inaugurado. Se tiene entendido que esta columna de mármol tallado, es la más
larga del continente que en una sola pieza se ha importado de Italia para
cualquier país. Su traslado y colocación en el sitio donde ahora se encuentra,
ocasionó, como es de suponerse, no pocas dificultades.
Una
cosa muy importante es, sin duda alguna, lo que hemos señalado: que este
Monolito es testigo del más variado y complejo acontecer de la ciudad. Nuestra
plaza Bolívar es el corazón de Valencia, y el Monolito constituye, junto con la
Catedral, la más entrañable representación simbólica de esa especie de aureola
tradicional e histórica que allí tiene su asiento. Visitar la plaza Bolívar, es
meterse en el escenario de nuestra historia local. Nuestro acontecer urbano de
ayer, giró siempre en torno de la Catedral y el Monolito; nuestra vida
ciudadana de hoy, lo mismo. Se podría escribir todo un anecdotario inagotable
en torno suyo. Lo mismo se ha prestado para servir de catafalco improvisado al
cadáver de un hombre ilustre, como Don Lisandro
Alvarado, que para presencia el descanso, igualmente momentáneo, de los
cañones y las tropas de algún ejército aventurero, como ocurrió cuando el cese
de la guerra de 1892; lo mismo ha presenciado actos sociales y culturales, que
actos gremiales y políticos. Entre las muchas cosas de que nos ha hablado
algunas veces ese archivo ambulante de la historia contemporánea de Valencia
que se llama Luis Taborda, queremos recordar que en días pasados nos decía que
cuando se produjo aquel atentado extranjero contra la soberanía nacional, en la
época de Castro, al cual respondió Castro con su célebre proclama “La planta
insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria”, hubo un
acto de solidaridad al pie del Monolito, con un pequeño grupo de personas donde
Juan D´Esola pronunció un encendido discurso. Luis Taborda, que era niño, lloró
de emoción en ese momento, y Juan D´Esola, conmovido, le dio un beso en la
frente.
Alfonso
Marín.
Valencia,
septiembre de 1978.
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