viernes, 17 de agosto de 2012

Septiembre de 1978. "El Monolito"



El Monolito



La doctora Edith Montilla de Pandares, Alcaldesa de Valencia, nos dispensó el honor de invitarnos para hacer una visita a la Plaza Bolívar, con el objeto de revisar el estado en que se encuentra el Monolito, en cuyo tope más alto aparece el Libertador de pie, con la diestra tendida hacia el horizonte, señalando a los españoles la vía de retiro que habrían de tomar después de la derrota de la batalla de Carabobo. El monumento, en sí, ha sufrido algunos deterioros, que desde luego van a ser reparados. Pero lo esencial, por ahora, es limpiarlo, para borrar de él los sacrílegos letreros que manos irrespetuosas han venido escribiendo en sus bases y para quitarle los paños de grama que lo rodean, que lejos de ser factor decorativo aceptable, constituyen más bien un agregado innecesario y de mal gusto, colocado allí mucho después de la erección del monumento. Esto, aparte de que tales paños agregados, que pretenden ser decorativos y no lo son, retienen alrededor del pedestal el agua de la lluvia, con perjuicio evidente del mismo. Puede observarse, igualmente, que esto le resta espacio al ámbito de la plaza y al uso que de ella se ha hecho siempre para reuniones diversas. No hay ningún otro lugar de Valencia, donde se hayan hecho tantas manifestaciones y tantas concentraciones populares como aquí. El Monolito es fiel testigo de toda clase de acontecimientos.

Con esta medida de despeje y limpieza anunciada por la Alcaldesa, que cuenta con la opinión favorable de los titulares de la Ingeniería Municipal y la Oficina de Planeamiento, se habrá de complacer, por otra parte, una vieja aspiración de Don Luis Taborda, expresada en infinidad de artículos de prensa, sin resultado alguno, clamando porque se le devuelva a este monumento su aspecto original primitivo, de suyo imponente y majestuoso,  y porque se observe un mínimo de respeto hacia él, evitando que se le sigan estampando letreros grotescos, que lo afean ostensiblemente.

El Monolito de Valencia no sólo es un símbolo característico de la ciudad, y un rasgo fundamental de su fisonomía urbana tradicional e histórica, sino que por sí mismo representa un valor arquitectónico de primer orden. Montado sobre tres gradas de piedra para una base de cuatro metros y medio de altura, la citada columna tiene diez metros de longitud, tal como fue previsto en el decreto correspondiente del presidente de la República, general Hermógenes López, de fecha 21 de septiembre de 1887, y su inauguración se efectuó dos años después, el 24 de junio 1889. De manera que el año pasado se cumplieron noventa años de haber sido decretado y el próximo año de 1979, se cumplen noventa de haber sido inaugurado. Se tiene entendido que esta columna de mármol tallado, es la más larga del continente que en una sola pieza se ha importado de Italia para cualquier país. Su traslado y colocación en el sitio donde ahora se encuentra, ocasionó, como es de suponerse, no pocas dificultades.

Una cosa muy importante es, sin duda alguna, lo que hemos señalado: que este Monolito es testigo del más variado y complejo acontecer de la ciudad. Nuestra plaza Bolívar es el corazón de Valencia, y el Monolito constituye, junto con la Catedral, la más entrañable representación simbólica de esa especie de aureola tradicional e histórica que allí tiene su asiento. Visitar la plaza Bolívar, es meterse en el escenario de nuestra historia local. Nuestro acontecer urbano de ayer, giró siempre en torno de la Catedral y el Monolito; nuestra vida ciudadana de hoy, lo mismo. Se podría escribir todo un anecdotario inagotable en torno suyo. Lo mismo se ha prestado para servir de catafalco improvisado al cadáver de un hombre ilustre, como Don Lisandro  Alvarado, que para presencia el descanso, igualmente momentáneo, de los cañones y las tropas de algún ejército aventurero, como ocurrió cuando el cese de la guerra de 1892; lo mismo ha presenciado actos sociales y culturales, que actos gremiales y políticos. Entre las muchas cosas de que nos ha hablado algunas veces ese archivo ambulante de la historia contemporánea de Valencia que se llama Luis Taborda, queremos recordar que en días pasados nos decía que cuando se produjo aquel atentado extranjero contra la soberanía nacional, en la época de Castro, al cual respondió Castro con su célebre proclama “La planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria”, hubo un acto de solidaridad al pie del Monolito, con un pequeño grupo de personas donde Juan D´Esola pronunció un encendido discurso. Luis Taborda, que era niño, lloró de emoción en ese momento, y Juan D´Esola, conmovido, le dio un beso en la frente.


Alfonso Marín.

Valencia, septiembre de 1978.


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