El Palacio de los Iturriza
Nuestro
querido amigo Félix Napolitano, Ingeniero Municipal de Valencia, nos preguntaba
hace poco si vale la pena salvar y restaurar el viejo Palacio de los Iturriza,
que se ha querido demoler últimamente. Esto, en razón de que él esta poniendo
especial empeño en salvarlo.
Claro
que vale la pena. Más todavía: ésta es una de las pocas edificaciones de sabor
antiguo, con méritos propios, que quedan en Valencia. El cemento y la cabilla
se han empeñado en acabar con la tradición arquitectónica de la capital de
Carabobo. Viejas casonas solariegas, donde aún resuenan los pasos de sus dueños
y donde en los días de la colonia, y en los días de la guerra, y aun después de
la guerra, ocurrieron hechos que deberían recordarse conservándolas, se han
estado viniendo al suelo en forma despiadada bajo los pesados tractores, que
pretenden simbolizar lo que con tanta razón llamó Tagore alguna vez la
civilización fachadosa de nuestro tiempo. Y en otras ciudades, especialmente en
Caracas, ha ocurrido lo mismo.
Se
podría alegar que el Palacio de los Iturriza no es colonial, porque fue
construido en la última década del pasado siglo. Pero este alegato resulta
peregrino, porque no sólo lo colonial
debe conservarse. Existen numerosas edificaciones posteriores a la colonia, que
son verdaderas joyas artísticas o históricas, y que por lo tanto deben
respetarse.
Este
Palacio de los Iturriza es un claro ejemplo del uso del estilo francés aplicado
en Venezuela en el siglo pasado durante mucho tiempo. Otro ejemplo de este
estilo lo constituyó nuestro viejo Palacio Municipal, en mala hora derribado,
cuyas hermosas líneas arquitectónicas formaban parte inconfundible de la fisonomía
urbana de Valencia. Tanto como la Catedral y el Monolito. Ese edificio, el
Monolito y la Catedral, fueron siempre lo más típico, lo más característico,
del centro mismo de la ciudad, y sin embargo tampoco fue posible salvarlo.
Otro
ejemplo valiosísimo que nos queda de la aplicación del estilo francés en
nuestro medio en las postrimerías del actual siglo XIX, es nuestro querido
Teatro Municipal, cuyo calvario para preocupación y dolor de todos, se ha
venido haciendo demasiado largo. Hasta se ha llegado a decir que es una réplica
del Teatro de la Opera de París, lo cual no es exactamente cierto, pero entre
ambos teatros existe lo que podríamos llamar un parentesco arquitectónico inconfundible.
La
huella que dejó el Autócrata Civilizador en Caracas y otras ciudades de
Venezuela, en materia de obras, está signada por la regla general, por ese
estilo a que nos venimos refiriendo.
Ahora
bien: volviendo al caso del Palacio de los Iturriza, queremos apoyar plenamente
la iniciativa del Ingeniero Municipal, de restaurarlo y conservarlo. Ojalá
otras edificaciones urbanas, igualmente amenazadas por la llamada piqueta del
progreso, que ahora no es una piqueta, sino un monstruo implacable, tuvieran
igual suerte. Ojalá las autoridades que dirigen o manejan el planteamiento
urbano de Valencia, se interesaran igualmente por ellas.
Ese
gran valenciano llamado Francisco Polo Castellanos, fallecido hace poco, se
murió soñando con ver convertido este Palacio en un Museo, en una biblioteca,
en un centro de estudio o de arte; en una casa de cultura. Creía él, y en esto
lo acompañamos siempre, que por sus características propias, por su perfil arquitectónico,
por su estilo romántico y también por su ubicación geográfica, ya que no
existen razones de vialidad urbana para demolerlo, debería conservarse. Debería
conservarse como una de las pocas edificaciones de verdadero sabor tradicional
de que aun podemos enorgullecernos en la capital de Carabobo.
En esto
estamos plenamente de acuerdo.
Alfonso
Marín.
Valencia,
junio de 1978.
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