viernes, 17 de agosto de 2012

Septiembre de 1978. "Al pie del Monolito"



Al pie del Monolito


En nuestra crónica del pasado lunes, decíamos que el Monolito de Valencia es uno de los símbolos característicos de la fisonomía urbana de la ciudad y que a la vez es un fiel testigo de los acontecimientos ocurridos aquí desde fines del pasado siglo, porque nuestra plaza Bolívar ha sido siempre el teatro preferido para los hechos más diversos. Recordábamos que uno de esos acontecimientos memorables, fue el de haber acampado al pie del Monolito un ejército aventurero en 1892.

Así ocurrió, efectivamente, pero hemos cometido un error de apreciación al calificar de aventurero a ese ejército, y hoy queremos rectificarlo. Se trataba, como todos sabemos, de las fuerzas victoriosas de la revolución legalista encabezada por el general Joaquín Crespo, que no correspondían propiamente a una simple aventura, sino a un movimiento serio y responsable, destinado a evitar el continuismo anticonstitucional del doctor Raimundo Andueza Palacio al frente de la presidencia de la República.

El triunfo de esta revolución, resultó beneficioso para el Estado Carabobo, porque una de las primeras medidas tomadas por Crespo, fue la de la creación de la Universidad de Valencia. Este triunfo se consolidó en el mes de octubre, al cabo de una larga y sangrienta lucha de nueve meses, y la Universidad de Valencia fue creada un mes después; es decir, el 15 de noviembre del mismo año. Fue decisiva para esto, la entrevista celebrada entre el general Crespo y el doctor Alejo Zuloaga, director entonces del Colegio Nacional de Primera Categoría, en el cual ya venían funcionando, desde 1852, cuatro facultades universitarias: Ciencias Eclesiásticas, Políticas, Médicas y Matemáticas. El doctor Zuloaga le explicó con el debido detenimiento las razones que existían  para que este Colegio fuera convertido en Universidad, y el general Crespo procedió de inmediato a complacerlo, nombrándolo, a la vez Rector de la misma. La obra del doctor Zuloaga, como educador, que hasta ese momento había venido siendo excepcionalmente valiosa, iba a cobrar, desde ese momento en adelante, proporciones mucho más amplias.

Es oportuno recordar, asimismo, que esta revolución legalista de Crespo, que empezó en febrero de 1892, y que culminó con un triunfo total y definitivo en el mes de octubre del mismo año, fue una de las más sangrientas ocurridas en las postrimerías del pasado siglo. Crespo recorrió al frente de ella, casi todos los Estados del centro de Venezuela y también de los llanos, dónde él la había iniciado con gran fuerza. Se libraron numerosas batallas. Ella constituye un curioso fenómeno dentro de la historia dolorosa de nuestras guerras intestinas. Arévalo González observa: “En los campamentos del legalismo armonizaron godos y amarillos”. Después volverían a separarse. En los Andes, por ejemplo, donde la lucha se hizo más intensa que en ninguna otra parte, se produjo una sorpresiva división de los caudillos, hasta el punto de que algunos de los jefes regionales más allegados al León de la Cordillera, general Juan Bautista Araujo, trataron de convencer a éste de la necesidad de que rompiera con Andueza, cuando  el general Araujo se vio asediado por este requerimiento. Lo refiere con los más vivos colores Mario Briceño-Iragorry: dice que “cuando el viejo caudillo se vio acorralado por los doctores, concluyó diciendo “-Pues como las cosas son de leyes, que hagan Leopoldo y Victorino lo que quieran. (Leopoldo Baptista y Victorino Márquez Bustillos). Yo no les puedo cambiar el juicio. Los dejó libres con sus artículos constitucionales, su razón tendrán ellos; a mí déjenme solo con mi compromiso  sin cumplir¨. Giró en seguida instrucciones –agrega Briceño Iragorry- “a los caudillos subalternos, en las cuales les comunicaba el heroico remedio tomado: la renuncia de la jefatura del partido y la libertad para que sus tenientes siguieran el camino que creyesen más prudente. Rompió la espada de pomo de oro que le había obsequiado Andueza y se retiró a sus  páramos de Tuñame, a rugir como los leones heridos”.

Por la creación de la Universidad, y por otras obras bastante valiosas, el general Joaquín Crespo demostró ser como presidente de la República un buen amigo de los carabobeños. Alguna vez le podríamos hacer un homenaje.



Alfonso Marín.

Valencia, septiembre de 1978.




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