Balcón Abierto del Cronista de la Ciudad - El Carabobeño
Un Árbol Menos en Valencia
En la urbanización El Trigal, calle San Ignacio, frente a la quinta “Los Coquitos”, N° 86-78, acaba de ser sacrificado un frondoso sombrerero, que cubría con sus ramas el ancho de la calle. Daba una sombra compacta, generosa; refrescaba el ambiente, alegraba toda la cuadra. Era un símbolo: el símbolo de la reconciliación del hombre con la naturaleza. Pero de la noche a la mañana fue salvajemente derribado. ¿Quién dio la orden? ¿Quién autorizó ese crimen? Vaya usted a saberlo. A lo mejor los autores de este hecho creen que han hecho una hazaña.
Y esto debe ser motivo de reflexión, no sólo para las autoridades forestales, que son las más llamadas a velar por la conservación y la defensa de los recursos naturales renovables, sino también para los habitantes de esta urbanización. Probablemente en esa casa hay niños, y si no los hay en ella, los hay en las casas vecinas, y esos niños del vecindario acaban de recibir una lección terrible; tienen que haber visto con extrañeza que se sacrificara un árbol, que a nadie estaba perjudicando, pero también pueden entender que esto es normal y lógico, y que los árboles deben destruirse. Pueden entender que el sacrificio de un árbol carece de importancia. Y esto es tanto más grave, si se observa que ha ocurrido en una urbanización que, en materia de decoración vegetal, ha venido siendo un modelo en Valencia.
En ninguna de nuestras urbanizaciones, como en la del Trigal, se han sembrado tantos árboles; y se han plantado, no sólo con un sentido estético, sino también didáctico, sobre todo en el Trigal Sur, donde cada calle o avenida tiene el nombre de un árbol, y el árbol que le da el nombre es el mismo que la adorna: los Cabíos, los Camorones, los Mijaos, los Cañafístolos. Y así sucesivamente. Una iniciativa estupenda.
Sin embargo, parece que se quiere desatar allí una fobia contra los árboles. Para no ir muy lejos, basta observar que en el cruce de la calle Comercio con la avenida Pocaterra, frente a un alto edificio, acaban de ser despiadadamente mutilados cuatro hermosos jabillos, posiblemente con la autorización de alguien, o sin la autorización de nadie, lo que para el caso viene a ser secundario, porque lo real y cierto, lo duro y objetivo, es que el hecho ha ocurrido y que a estas alturas existe poco margen para remediarlo. En otros sitios de la urbanización, han sido intencionalmente dañados otros árboles.
Y volviendo al caso del sacrificado sombrerero que motiva este comentario, queremos recordar que este árbol fue importado del Brasil hace apenas cuarenta y cinco o cincuenta años, con excelentes resultados: en Valencia se ha dado en una forma maravillosa, sobre todo allí en El Trigal viejo, donde existe en abundancia; y podría correrse el peligro de que los vecinos de la urbanización, siguiendo el mal ejemplo que han recibido en la calle San Ignacio, traten de cortar estos árboles. El primer sombrerero traído a Valencia, por la Sociedad Amigos de Valencia, hace justamente cuarenta años, y que ha venido a ser padre o abuelo de muchos otros sombrereros que existen en distintos sitios de la ciudad, se encuentra en Agua Blanca. Es una catedral vegetal que cubre un amplio espacio y que hace las delicias de todo el vecindario.
En Valencia, desafortunadamente, todavía no existe una conciencia cabal acerca de los árboles. Organismos tan importantes como el Banco Obrero, por ejemplo, se preocupan poco por ellos. El Banco Obrero ha construido y puesto en servicio en Valencia durante los últimos veinticinco años poco más de veinte mil viviendas, para el alojamiento habitacional de más de cien mil habitantes; una cifra mayor que la de ocho capitales de Estado. Sin embargo, se da el caso como el de La Isabelita, donde el Banco Obrero no ha sembrado ningún árbol, o si los ha sembrado, su tarea, o han quedado tan abandonados, que nadie puede verlos. No existen. Los habitantes de La Isabelita claman por los árboles. La contaminación ambiental, gradualmente, se va haciendo cada vez más intensa. Y ellos comprenden claramente que sólo los árboles serían capaces de salvarlos.
Valencia, Marzo de 1977
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