Balcón Abierto del Cronista de la Ciudad - El Carabobeño
PIEDAD EN VALENCIA
"En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme". ¡No! Es preferible decirlo en un sentido contrario: "En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre sí quiero acordarme". Así se debe empezar, cuando se quiera hacer cualquier ensayo curricular acerca de una estrella toledana que en estos momentos nos visita:
Concretamente: "En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre sí quiero acordarme, nació un día una niña, que al correr de los años iba a ser una mujer bella, y además una artista".
Se trata, naturalmente, de Piedad Guillén, o Piedad Gillén de Arcay, esposa de nuestro querido colega el poeta Luis Augusto Arcay, ahora por algunos días en Valencia. Ambos han venido por una breve temporada, y ella está preparando en estos momentos una exposición de sus obras, que será inaugurada en los elegantes salones del Club Hípico de Carabobo el 9 de este mes, a las 8 de la noche. Ya ha empezado a circular entre sus amigos el catálogo correspondiente, en medio de una general expectativa y un entusiasmo creciente.
Piedad es una mujer de una estirpe espiritual estimada; y aunque ésta es la primera vez que viene a Venezuela, en seguida ha cogido el ritmo, como quien dice. Nacida en El Toboso, provincia de Toledo, se levantó allí bajo el influjo del ambiente evocador y artístico de Castilla, un ambiente cargado de la más pura y genuina tradición de nuestra Madre Patria, donde los siglos transcurren sin ocasionar mayores alteraciones en el paisaje físico, pero dejando en el acontecer de la cultura una huella profunda. Tiene sangre, según se sabe, de la inmortal Dulcinea del Toboso, y no sería de extrañar que también llevara en sus venas una breve cuota sanguínea del Greco, o de alguno de esos otros ilustres personajes históricos que forman el patrimonio tradicional y espiritual de Castilla. Una artista en toda la línea, por la sangre y por el espíritu, y sobre todo, por el ambiente que siempre la rodeó.
Así lo observamos nosotros en el amable convivio de una veintena de amigos de Luis Augusto, convocado por la Asociación de Escritores Venezolanos, Seccional Carabobo, para agasajarlo con motivo de su regreso temporal a Valencia. Hablábamos de estas cosas, aludiendo al fenómeno de los lazos que nos ligan al solar hispano. Desde las conquistas hasta nuestros días, la sangre mestiza y la sangre española se entrelazan y se confunden dentro de un intercambio continuo; es decir, que en este sentido, nos vamos anudando a través de unos lazos demográficos cada vez más estrechos. Y las claras referencias, con esto, a la admiración y la devoción que en España se tienen hoy, en una forma cada vez más acentuada y más firme, por las grandes figuras de nuestro pasado glorioso: Bolívar, Miranda y Bello. A los tres se les han venido erigiendo monumentos en distintas ciudades españolas, porque desde cuarenta o cincuenta años para acá, sólo vienen siendo considerados, no como adversarios de España, sino como flores de la estirpe, como orgullo de la raza, pequeños augurios de vida.
Por esas, y por muchas otras razones, nos llena de orgullo la presencia de una artista toledana entre nosotros, que ha llegado inclusive, colgada del brazo de un poeta valenciano —uno de nuestros más queridos poetas— para identificarse plenamente con nosotros y para entregarnos, con el pincel en la mano, el mensaje de su tierra; el sabor y el color de su tierra, dentro de un realismo plástico deslumbrante. Una expresión de acercamiento entre España y Venezuela, y más concretamente, entre Toledo y Valencia. Alguna vez hemos aprendido que Toledo es un grandioso museo de la arquitectura antigua española, instalado a cielo abierto sobre una meseta de granito desde la cual se domina un extenso panorama. Desde allá, desde esa plataforma maravillosa, me llega este mensaje en manos de Piedad, guiada y escoltada muy de cerca por las inquietudes líricas y humanas de Luis Augusto: allá, en España, ella es su Diosa de Toledo, y ahora aquí, temporalmente en Carabobo, viene a ser su Diosa de Valencia.
Para ambos, nuestro reiterado abrazo de bienvenida, con el más hondo afecto.
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