domingo, 20 de julio de 2025

20 de octubre de 1980 - "EL PALUDISMO DEL LIBERTADOR"

 Balcón Abierto del Cronista de la Ciudad - El Carabobeño


EL PALUDISMO DEL LIBERTADOR


Bolívar padeció de paludismo. Fue ésta una de las enfermedades que le fueron minando la salud, hasta llevarlo al deplorable estado físico de sus últimos años. Ya en sus cartas de los años 28, 29 y 30, se queja de la bilis, de las afecciones del estómago, el hígado y el bazo. Esto, aparte de su afección pulmonar, que fue lo más serio. El primer acceso palúdico se le presentó al Libertador el 18 de diciembre de 1812, en la población de Barrancas, remontando el Magdalena, a raíz de la caída de la Primera República.


En el primer momento se pensó que ese paludismo lo pudo haber cogido en Puerto Cabello, porque éste era un lugar malárico por excelencia. Veamos lo que dice Páez en su autobiografía, página 221, al afirmar que sus tropas fueron víctimas en Puerto Cabello de las fiebres malignas en 1822: "Yo, a mediados de junio, dice, había suspendido el sitio de Puerto Cabello; retirándome a Valencia, porque las fiebres malignas diezmaron mis tropas a tal punto que de tres mil doscientos setenta y nueve hombres con que había principiado a sitiar la plaza, sólo quedaron poco más de mil".


Sin embargo, esa infección palúdica del Libertador no podía ser de Puerto Cabello, porque él había salido de allí el 6 de julio. De julio a diciembre van seis meses, y el paludismo no tiene un período de incubación tan largo. Es más lógico presumir que se contagió en la desembocadura del Magdalena, que es una zona pantanosa, también palúdica.


El historiador falconiano doctor Oscar Beaujon, quien a siglo y medio de distancia se ha convertido en un médico de cabecera del prócer, al elaborar un minucioso diagnóstico a través de documentos históricos irreversibles, nos ofrece en su libro "El Libertador Enfermo", página 27, el siguiente testimonio: "El 18 de diciembre de 1812 -confiesa Bolívar- estando en Barrancas, tomé algunas disposiciones militares y luego sufrió un agudo ataque de fiebre. Permanecí tres días sin conocimiento. Me cuidaba un hombre de pelo rojizo. Al cuarto día me entero de su nombre: Fonlay, doctor Fonlay. Al quinto día, cuando queríamos emprender la marcha, me dijo que desde el punto de vista médico era una locura que intentara levantarme y que si ello estuviera en su poder, me mandaría a arrestar. Era un hombre sumamente modesto, muy valiente. Sus temores se revelaron infundados. Me sentía fuerte sobre mis piernas". Seguimos río arriba y el 24 de diciembre de 1812 izamos la bandera de Carapena en Tenerife: después de hacer algunos comentarios con mis oficiales, me dijo casi con brutalidad: "Tome usted quinina inmediatamente", a lo cual contesté: "Hoy es noche buena. Paz en la tierra… Deme la quinina".


Posteriormente, el Libertador sufrió nuevos accesos palúdicos, que sin duda alguna contribuyeron a diezmar su precaria salud y a precipitar el camino de la tumba.


Anteriormente, también esta terrible enfermedad había andado muy cerca de él. Según todas las apariencias, su joven esposa Doña María Teresa Rodríguez del Toro y Alaiza había muerto de paludismo en su hacienda de San Mateo en 1803. Para entonces los hermosos valles de Aragua también estaban infectados de paludismo.


Sin embargo, todas estas contingencias estuvieron en todo momento muy por debajo de aquella gran voluntad que lo caracterizó siempre. Él era un hombre superior al desaliento. Se había trazado un ideal, y tenía que seguirlo. Contra viento y marea, tenía que seguirlo. Ya en una ocasión memorable, cuando la adversidad quiso cerrarle el paso, había dicho:


"Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca".


Valencia, octubre de 1980.


13 de Diciembre de 1982 - "AÑO BICENTENARIO DEL LIBERTADOR"

Balcón Abierto del Cronista de la Ciudad - El Carabobeño

AÑO BICENTENARIO DEL LIBERTADOR

Nos encontramos en vísperas del bicentenario del nacimiento del Libertador, que se cumplirá el 24 de julio del año entrante. Esto nos obliga, naturalmente, a dedicar a su memoria la mayor parte de nuestras actividades de 1983, aún cuando se interpongan las peripecias y los avatares de un proceso electoral, que desafortunadamente coincide con este gran acontecimiento, y corremos el riesgo de que se olvide lo principal por lo accesorio y de que nos entreguemos a una pugna de intereses subalternos, como por regla general sucede en estos casos, donde los intereses de la política son lo primero y los intereses del patriotismo son secundarios.

Sin embargo, debemos hacer una reflexión sobre esto. Bolívar no es una figura nacional, sino continental y universal. De esto no cabe la menor duda. Nos decía cierta vez en un congreso internacional de sociedades bolivarianas celebrado en Panamá, en 1976, con motivo de la conmemoración del sesquicentenario del Congreso Anfictiónico del Istmo, el presidente de la Sociedad Bolivariana de Alemania, que es una de las más activas que existen en Europa, que se piensa y se cree en Alemania que el destino de los pueblos americanos está estrechamente ligado a las ideas del Libertador y que sólo esas ideas pueden salvar a estos países de los peligros que los amenazan, asediados como se encuentran por potencias muy difíciles de doblegar.

Esto lo repitió después en Buenos Aires, a requerimiento nuestro, en el congreso celebrado allí en homenaje a San Martín y lo ratificó también en Santa Marta, cuando celebramos allá un nuevo congreso internacional para conmemorar el sesquicentenario de la muerte del Libertador. A esta conmemoración hecha en Santa Marta concurrieron nueve presidentes de países suramericanos y también el presidente de la República del Reino de España, además de una representación diplomática de todos los países del mundo. De manera que el homenaje que se le rindió allí a Bolívar tuvo un carácter universal.

Ahora, la fecha que se va a conmemorar es más importante, y se va a celebrar en Caracas un nuevo congreso internacional de sociedades bolivarianas, que en estos momentos se viene preparando.

Nosotros, por nuestra parte, acá en el interior, debemos dedicar todas nuestras fuerzas y posibilidades a lograr que el año bicentenario del Libertador en Carabobo alcance los contornos que él merece; debemos empeñarnos en divulgar su vida y su obra en los más diversos sectores y a todos los niveles, especialmente en las escuelas, los liceos y las universidades; que logremos un año bolivariano completo.

Nosotros, por nuestra parte, desde hace tiempo estamos empeñados en esto. Hace pocos días pusimos en manos de la presidencia de la República una Antología Bolivariana de Carabobo bastante extensa, que comprende por lo menos el noventa por ciento de lo más sustancial que los poetas y escritores de Carabobo han escrito sobre Bolívar; y estamos trabajando en dos libros: "Bolívar y el Indio" y "La Hispanidad Universal del Libertador", que tendremos listos para la imprenta a mediados del año entrante.

Para poder hacer esto, nos disponemos a hacer reajustes en nuestro tiempo, apartando actividades misceláneas, para dedicarnos por entero a nuestras actividades de Cronista de la Ciudad y a la elaboración de estos dos libros. Fuerzas y voluntad no habrán de faltarnos.

Además, queremos hacer un llamado a nuestros colegas de Valencia y de Venezuela, para que tratemos de cumplir con nuestro deber en esta especie de cita de responsabilidad histórica que las circunstancias nos ofrecen. Vamos a dedicarle un año a Bolívar. Recordemos que él no nos dedicó a nosotros un año, sino veinte, los mejores de su vida, hasta darnos la independencia, y recordemos que nos dejó también un legado de ideas, que tenemos que practicar.

Hagámonos la ilusión de que él está aquí con nosotros, que nos está mirando con ojo inquisidor y severo y que nos está pidiendo cuenta de lo que hemos hecho con su obra. Nos preguntará seguramente:

¿Dónde están los sentimientos de unión que yo prediqué?

¿Dónde están las normas de moral administrativa de que yo fui ejemplo permanente?

¿Dónde está mi doctrina de moral y luces, que yo dejé como herencia?

¿Dónde están los sentimientos de patriotismo que yo infundí a mis compatriotas?

Esas preguntas deben ser respondidas. Y respondidas dignamente.

Valencia, diciembre de 1982.



31 de Marzo de 1977 - "Un Árbol Menos en Valencia"

Balcón Abierto del Cronista de la Ciudad - El Carabobeño


Un Árbol Menos en Valencia


En la urbanización El Trigal, calle San Ignacio, frente a la quinta “Los Coquitos”, N° 86-78, acaba de ser sacrificado un frondoso sombrerero, que cubría con sus ramas el ancho de la calle. Daba una sombra compacta, generosa; refrescaba el ambiente, alegraba toda la cuadra. Era un símbolo: el símbolo de la reconciliación del hombre con la naturaleza. Pero de la noche a la mañana fue salvajemente derribado. ¿Quién dio la orden? ¿Quién autorizó ese crimen? Vaya usted a saberlo. A lo mejor los autores de este hecho creen que han hecho una hazaña.


Y esto debe ser motivo de reflexión, no sólo para las autoridades forestales, que son las más llamadas a velar por la conservación y la defensa de los recursos naturales renovables, sino también para los habitantes de esta urbanización. Probablemente en esa casa hay niños, y si no los hay en ella, los hay en las casas vecinas, y esos niños del vecindario acaban de recibir una lección terrible; tienen que haber visto con extrañeza que se sacrificara un árbol, que a nadie estaba perjudicando, pero también pueden entender que esto es normal y lógico, y que los árboles deben destruirse. Pueden entender que el sacrificio de un árbol carece de importancia. Y esto es tanto más grave, si se observa que ha ocurrido en una urbanización que, en materia de decoración vegetal, ha venido siendo un modelo en Valencia.


En ninguna de nuestras urbanizaciones, como en la del Trigal, se han sembrado tantos árboles; y se han plantado, no sólo con un sentido estético, sino también didáctico, sobre todo en el Trigal Sur, donde cada calle o avenida tiene el nombre de un árbol, y el árbol que le da el nombre es el mismo que la adorna: los Cabíos, los Camorones, los Mijaos, los Cañafístolos. Y así sucesivamente. Una iniciativa estupenda.


Sin embargo, parece que se quiere desatar allí una fobia contra los árboles. Para no ir muy lejos, basta observar que en el cruce de la calle Comercio con la avenida Pocaterra, frente a un alto edificio, acaban de ser despiadadamente mutilados cuatro hermosos jabillos, posiblemente con la autorización de alguien, o sin la autorización de nadie, lo que para el caso viene a ser secundario, porque lo real y cierto, lo duro y objetivo, es que el hecho ha ocurrido y que a estas alturas existe poco margen para remediarlo. En otros sitios de la urbanización, han sido intencionalmente dañados otros árboles.


Y volviendo al caso del sacrificado sombrerero que motiva este comentario, queremos recordar que este árbol fue importado del Brasil hace apenas cuarenta y cinco o cincuenta años, con excelentes resultados: en Valencia se ha dado en una forma maravillosa, sobre todo allí en El Trigal viejo, donde existe en abundancia; y podría correrse el peligro de que los vecinos de la urbanización, siguiendo el mal ejemplo que han recibido en la calle San Ignacio, traten de cortar estos árboles. El primer sombrerero traído a Valencia, por la Sociedad Amigos de Valencia, hace justamente cuarenta años, y que ha venido a ser padre o abuelo de muchos otros sombrereros que existen en distintos sitios de la ciudad, se encuentra en Agua Blanca. Es una catedral vegetal que cubre un amplio espacio y que hace las delicias de todo el vecindario.


En Valencia, desafortunadamente, todavía no existe una conciencia cabal acerca de los árboles. Organismos tan importantes como el Banco Obrero, por ejemplo, se preocupan poco por ellos. El Banco Obrero ha construido y puesto en servicio en Valencia durante los últimos veinticinco años poco más de veinte mil viviendas, para el alojamiento habitacional de más de cien mil habitantes; una cifra mayor que la de ocho capitales de Estado. Sin embargo, se da el caso como el de La Isabelita, donde el Banco Obrero no ha sembrado ningún árbol, o si los ha sembrado, su tarea, o han quedado tan abandonados, que nadie puede verlos. No existen. Los habitantes de La Isabelita claman por los árboles. La contaminación ambiental, gradualmente, se va haciendo cada vez más intensa. Y ellos comprenden claramente que sólo los árboles serían capaces de salvarlos.


Valencia, Marzo de 1977


20 de abril de 1981 - "Una Estatua para Codazzi"

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Una Estatua para Codazzi



Con Juan de Villegas y con el general Antonio Paredes, y guardando las proporciones circunstanciales de tiempo y de espacio, el coronel Agustín Codazzi es uno de los grandes olvidados de la capital de Carabobo. No hay una calle, ni una plaza, ningún sitio destacado en la ciudad, que lleve su nombre. Y esto es injusto. Y esa injusticia debe ser reparada.


La obra de Codazzi como geógrafo y como civilizador, realizada en parte desde Valencia, alcanza proporciones excepcionales, verdaderamente extraordinarias. Aquí se casó, en 1821, con una valenciana: la señorita Araceli Fernández de la Hoz, y desde aquí iba a emprender a partir de 1830, es decir, a partir de la separación de Venezuela de la Gran Colombia, sus interminables incursiones de investigación geográfica de nuestro territorio. Fue un hombre infatigable. Recorrió, entre sinsabores y realidades, la distancia existente entre Valencia y San Fernando de Apure. Atravesó sabanas, desafió el frío, penetró selvas, navegó ríos y estudió la topografía de nuestros límites con el Brasil y la Nueva Granada. Fue el gran auxiliar de Rafael María Baralt y de Ramón Díaz para la concepción y realización de la célebre Historia de Venezuela escrita por éstos. Lo acompañó en estas andanzas el pintor y dibujante Carmelo Fernández, sobrino del general Páez y autor de la efigie del Bolívar que figura en nuestra moneda.


La obra de Codazzi no fue la de un teórico, sino la de un hombre práctico, responsable, entregado al oficio. Recorrer el territorio nacional en todas direcciones era para él como tomarse un vaso de agua. Esto le llevaría una actividad de casi diez años, que sólo se interrumpiría con la guerra. En 1823, estaría en campaña, al lado del general Páez, como su jefe de estado mayor, con ocasión de la Revolución de las Reformas. Y así sucesivamente. No podía estar totalmente exento de la política. Siendo presidente de la república el general Carlos Soublette, éste lo nombró alguna vez gobernador de Barinas. Pero su campo no era ese. Su amor a Venezuela y su responsabilidad científica lo reclamaban para funciones mucho más altas. Su gran misión por cumplir era el estudio de nuestro territorio, para la utilización racional de él con miras a nuestro desarrollo. La Colonia Tovar es obra suya. Hubo proyectos muy complejos para el establecimiento de nuevas poblaciones en distintos lugares de Venezuela, especialmente en la región del centro y en las inmediaciones de la costa. Para esto solicitó y obtuvo créditos del congreso y contrajo toda clase de compromisos. Se le hizo muy difícil la publicación de su obra, que sigue siendo fundamental en nuestras investigaciones geográficas, cartográficas e históricas. En 1861, el Ministerio de Educación Nacional recogió en dos hermosos volúmenes la parte esencial de esa obra.


Pero hoy no estamos pretendiendo hacer una recarga ni mucho menos un análisis de lo que hizo Codazzi en Venezuela a raíz de nuestra guerra de independencia. Sólo queremos señalar que su nombre no ha sido hasta ahora suficientemente recordado y evaluado en Valencia, y se nos ocurre pensar que una buena forma de hacerlo sería mediante la creación de una estatua suya, que muy bien podría ser costeada por la colonia italiana residenciada en esta ciudad. Esa estatua podría estar situada en un lugar libre y visible; por ejemplo, en El Cuatro, que se ha venido convirtiendo en un mirador de Valencia, y este, a la vez, podría llevar el nombre de Agustín Codazzi, para perpetuar de este modo su memoria en uno de los sitios más bellos y concurridos con que contamos actualmente.


El Acuario de Valencia es una obra única, en su género, en Venezuela, aun cuando todavía no hayamos llegado a apreciarla en todo su valor. Aparte de la belleza del paraje donde está situado, este acuario presenta para propios y extraños la exhibición permanente de más de cuatrocientas especies de peces autóctonos de nuestros ríos. De esos mismos ríos que recorrió y estudió Codazzi en sus andanzas infatigables por nuestro territorio.


Valencia, abril de 1981.


25 de Agosto de 1986 - "Damas Azules"

Balcón Abierto del Cronista de la Ciudad - El Carabobeño


DAMAS AZULES


Se acaban de celebrar en esta ciudad trece años de actividades de las Damas Azules de Valencia, integrantes de la “Acción Voluntaria de Hospitales”, constituida para prestar sus servicios en los centros hospitalarios locales en forma espontánea y gratuita, dentro de las normas establecidas por esta benemérita institución para su cabal funcionamiento; institución ésta, que tiene carácter nacional, con su sede principal en Caracas y con filiales establecidas en distintas ciudades del interior, una de las cuales, y de las más activas, es Valencia, donde sus integrantes ya suman varios centenares. Se han celebrado hasta ahora aquí veintiocho cursos de entrenamiento, lo que revela el gran interés que este filantrópico movimiento ha despertado en la capital de Carabobo.


Para dar una idea más concreta y objetiva de lo que significa esta agrupación, transcribimos a continuación algunas de sus normas programáticas, que se aplican con un sentido de responsabilidad compartida digno de todo encomio:


“La Acción Voluntaria de Hospitales es una asociación civil, sin fines de lucro, de carácter benéfico, apolítica, abierta a todos los credos, integrada por personas que prestan servicio voluntario, no remunerado. Su objetivo es prestar ayuda voluntaria a las instituciones hospitalarias nacionales, municipales o privadas no lucrativas, en lo que se refiere a la atención integral del paciente. Su colaboración se concreta específicamente a aquellos problemas que se refieren a la parte afectiva, cultural y de esparcimiento de cada paciente, con el fin de humanizar aún más el servicio al enfermo. Para lograr esto, Acción Voluntaria de Hospitales realiza una serie de actividades, siendo la central y la más importante, rendir servicios directos o indirectos a los pacientes dentro o fuera del hospital sin interferir en ningún caso la labor del personal profesional, técnico o administrativo”.


En Valencia, esta generosa iniciativa de prestar atención a los pacientes hospitalarios, encontró desde el primer momento una gran resonancia. Numerosas damas de la sociedad valenciana se aprestaron de inmediato a incorporarse a este movimiento, y allí están ellas trabajando todos los días con el más noble desprendimiento y con el más solícito empeño. El término fijado para prestar estos servicios, está reglamentariamente estipulado en tres horas semanales como mínimo y en siete horas diarias como máximo. Dentro de estos límites, cada una de estas damas escoge el tiempo que más le convenga, sometiéndose en todo caso a la rigurosa disciplina de una puntualidad absoluta en el desempeño de sus funciones específicas.


Da gusto ver cómo las amas de casa, apersonadas de su deber y sensibilizadas al máximo en cuanto a la noble función de servir, apartan determinados momentos de su diario quehacer para trasladarse a algún hospital a cumplir las tareas asignadas a cada una de ellas. Una buena manera de compartir las obligaciones del hogar con las de aliviar el dolor ajeno; un modo muy concreto y directo de ejercitar la caridad, no por interés, sino por la caridad misma y a la vez de aprender determinadas normas de enfermería que luego pueden ser aplicadas a sus familiares en su propia casa.


Esto está en todo de acuerdo con el pensamiento del célebre sociólogo francés: ninguna persona que piense y sienta -dice él- podrá ser feliz si los demás no lo son, o si no contribuye, por lo menos con lo que esté a su alcance, para que lo sean.


En esta obra generosa de las Damas Azules de Valencia, hay un fondo de nobleza, que hace honor a la bondad tradicional de nuestras mujeres y que pone muy en alto el gentilicio carabobeño.


Valencia, agosto de 1986.



domingo, 13 de julio de 2025

18 de Agosto de 1986 - "General Seijas Pittaluga"

Balcón Abierto del Cronista de la Ciudad - El Carabobeño

General Seijas Pittaluga

Alto, pausado, discreto, reviviendo la estampa de un centurión romano, la figura del general Humberto Seijas Pittaluga, jefe hasta hoy del Comando Regional N° 2 de las Fuerzas Armadas de Cooperación, se hizo muy familiar en Valencia para todos sus amigos. Un hombre afable, comunicativo, de fácil acceso a la amistad y al buen entendimiento, como lo ha demostrado en todo momento. Dispuesto a servir, en grado máximo, a la comunidad, con el más solícito empeño. Bueno y útil, como lo exigía El Libertador.

Además, un intelectual, destacado columnista de El Carabobeño. Da gusto hablar con él sobre temas diversos. Un interlocutor excelente. Y esto no es nada raro, porque nuestro Ejército cuenta hoy con un brillante equipo de oficiales que le hacen honor al uniforme; ingenieros, abogados, médicos, sicólogos, sociólogos, escritores, historiadores. Hombres civilizados en grado sumo, que tienen plena conciencia de la misión que les corresponde. Esto nos observaba un amigo cuando asistimos al acto de transmisión de mando de la Guardia, refiriéndose a los militares que en los últimos años han desfilado por las dependencias del Ministerio de la Defensa en nuestra región, tanto del Ejército como de las Fuerzas Armadas de Cooperación.

—Hemos tenido suerte, decía él.

—Tiene suerte Venezuela, le contestábamos nosotros.

Las armas nacionales tienen que estar en manos de hombres idóneos. Es la mínima garantía a que podemos aspirar los venezolanos.

Pues bien: uno de esos hombres idóneos es el general Seijas Pittaluga, quien se ausenta ahora para Caracas a ocupar en el Ministerio de la Defensa otro alto cargo; se ausenta con nostalgia, porque ya se había arraigado en Valencia, como sucede casi siempre con las personas que nos llegan de afuera. Siempre lo hemos dicho: Valencia es una ciudad pegajosa para los extraños; tiene una especie de sortilegio, de poder esotérico, de brujería, para las personas procedentes de otras latitudes, tanto de Venezuela como del exterior, que cuando llegan aquí, quieren quedarse. Y muchas de ellas se quedan, definitivamente.

La misión cumplida por el general Seijas Pittaluga al frente de su cargo durante más de dos años consecutivos, resiste el más riguroso análisis crítico. El mismo lo ha confirmado así en sus palabras de despedida, al afirmar que implantó en los servicios de la Guardia un sistema de procesamiento automático de datos que hoy sirve de modelo para otras unidades; creó un nuevo destacamento, construyó una urbanización de 80 casas para guardias nacionales, con todos sus servicios, y persiguió el tráfico de drogas al máximo, habiendo decomisado en una sola operación doce toneladas de estupefacientes. Un verdadero récord en esta materia.

Un día el general Seijas Pittaluga fue llamado por la legislatura de Carabobo para interpelarlo. Un error de procedimiento y un error táctico: ni el asunto de que se trataba ameritaba esa interpelación, ni él estaba obligado a concurrir a ella. Sin embargo, él asistió, por razones de cortesía, para ver de qué se trataba; se sentó en el banquillo, como cualquier hijo de vecino, y convirtió el banquillo en una cátedra; una cátedra de decencia cívica ciudadana y de respeto a la ley; dio a los legisladores regionales una lección de hermenéutica jurídica, con los textos legales en la mano, y salió por la puerta grande. Los legisladores no pudieron menos que aplaudirlo. Así lo reseñó la prensa local.

Otro día nos acercamos a él, en representación de la Fundación Parque Metropolitano de Valencia, para que nos suministrara un servicio de vigilancia para el parque. Inmediatamente dio las instrucciones necesarias para que esa vigilancia se hiciera, con guardias a caballo, como se acostumbra en otros países. Desafortunadamente, los trabajos de restauración del parque fueron suspendidos y el servicio establecido por él quedó sin efecto. Menos mal que en estos momentos el gobernador del Estado anuncia que la restauración del parque va a ser reiniciada en forma definitiva y que muy pronto el soñado Parque Metropolitano de Valencia va a ser un hecho. Así debemos esperarlo.

Queremos observar, finalmente, que en sus palabras de despedida el general Seijas Pittaluga hizo profesión de fe en su amor a Valencia. "Ciudad acogedora y amplia", dijo. Y esto significa que no tendría nada de extraño que en cualquier momento se venga a radicar definitivamente entre nosotros. Tanto él, como su esposa, doña Eddy Bustamante de Seijas, una inteligente y bella bogotana que él supo conquistar cuando fue agregado en la embajada de Venezuela en Colombia, dejan entre nosotros los más hondos recuerdos. Se trata de una pareja que supo conquistar la más alta estimación de Valencia.

Valencia, agosto de 1986


 

5 de marzo de 1979 - "Piedad Guillén de Arcay en Valencia."

Balcón Abierto del Cronista de la Ciudad - El Carabobeño


PIEDAD EN VALENCIA


"En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme". ¡No! Es preferible decirlo en un sentido contrario: "En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre sí quiero acordarme". Así se debe empezar, cuando se quiera hacer cualquier ensayo curricular acerca de una estrella toledana que en estos momentos nos visita:


Concretamente: "En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre sí quiero acordarme, nació un día una niña, que al correr de los años iba a ser una mujer bella, y además una artista".


Se trata, naturalmente, de Piedad Guillén, o Piedad Gillén de Arcay, esposa de nuestro querido colega el poeta Luis Augusto Arcay, ahora por algunos días en Valencia. Ambos han venido por una breve temporada, y ella está preparando en estos momentos una exposición de sus obras, que será inaugurada en los elegantes salones del Club Hípico de Carabobo el 9 de este mes, a las 8 de la noche. Ya ha empezado a circular entre sus amigos el catálogo correspondiente, en medio de una general expectativa y un entusiasmo creciente.


Piedad es una mujer de una estirpe espiritual estimada; y aunque ésta es la primera vez que viene a Venezuela, en seguida ha cogido el ritmo, como quien dice. Nacida en El Toboso, provincia de Toledo, se levantó allí bajo el influjo del ambiente evocador y artístico de Castilla, un ambiente cargado de la más pura y genuina tradición de nuestra Madre Patria, donde los siglos transcurren sin ocasionar mayores alteraciones en el paisaje físico, pero dejando en el acontecer de la cultura una huella profunda. Tiene sangre, según se sabe, de la inmortal Dulcinea del Toboso, y no sería de extrañar que también llevara en sus venas una breve cuota sanguínea del Greco, o de alguno de esos otros ilustres personajes históricos que forman el patrimonio tradicional y espiritual de Castilla. Una artista en toda la línea, por la sangre y por el espíritu, y sobre todo, por el ambiente que siempre la rodeó.


Así lo observamos nosotros en el amable convivio de una veintena de amigos de Luis Augusto, convocado por la Asociación de Escritores Venezolanos, Seccional Carabobo, para agasajarlo con motivo de su regreso temporal a Valencia. Hablábamos de estas cosas, aludiendo al fenómeno de los lazos que nos ligan al solar hispano. Desde las conquistas hasta nuestros días, la sangre mestiza y la sangre española se entrelazan y se confunden dentro de un intercambio continuo; es decir, que en este sentido, nos vamos anudando a través de unos lazos demográficos cada vez más estrechos. Y las claras referencias, con esto, a la admiración y la devoción que en España se tienen hoy, en una forma cada vez más acentuada y más firme, por las grandes figuras de nuestro pasado glorioso: Bolívar, Miranda y Bello. A los tres se les han venido erigiendo monumentos en distintas ciudades españolas, porque desde cuarenta o cincuenta años para acá, sólo vienen siendo considerados, no como adversarios de España, sino como flores de la estirpe, como orgullo de la raza, pequeños augurios de vida.


Por esas, y por muchas otras razones, nos llena de orgullo la presencia de una artista toledana entre nosotros, que ha llegado inclusive, colgada del brazo de un poeta valenciano —uno de nuestros más queridos poetas— para identificarse plenamente con nosotros y para entregarnos, con el pincel en la mano, el mensaje de su tierra; el sabor y el color de su tierra, dentro de un realismo plástico deslumbrante. Una expresión de acercamiento entre España y Venezuela, y más concretamente, entre Toledo y Valencia. Alguna vez hemos aprendido que Toledo es un grandioso museo de la arquitectura antigua española, instalado a cielo abierto sobre una meseta de granito desde la cual se domina un extenso panorama. Desde allá, desde esa plataforma maravillosa, me llega este mensaje en manos de Piedad, guiada y escoltada muy de cerca por las inquietudes líricas y humanas de Luis Augusto: allá, en España, ella es su Diosa de Toledo, y ahora aquí, temporalmente en Carabobo, viene a ser su Diosa de Valencia.


Para ambos, nuestro reiterado abrazo de bienvenida, con el más hondo afecto.