Balcón Abierto del Cronista de la Ciudad - El Carabobeño
EL PALUDISMO DEL LIBERTADOR
Bolívar padeció de paludismo. Fue ésta una de las enfermedades que le fueron minando la salud, hasta llevarlo al deplorable estado físico de sus últimos años. Ya en sus cartas de los años 28, 29 y 30, se queja de la bilis, de las afecciones del estómago, el hígado y el bazo. Esto, aparte de su afección pulmonar, que fue lo más serio. El primer acceso palúdico se le presentó al Libertador el 18 de diciembre de 1812, en la población de Barrancas, remontando el Magdalena, a raíz de la caída de la Primera República.
En el primer momento se pensó que ese paludismo lo pudo haber cogido en Puerto Cabello, porque éste era un lugar malárico por excelencia. Veamos lo que dice Páez en su autobiografía, página 221, al afirmar que sus tropas fueron víctimas en Puerto Cabello de las fiebres malignas en 1822: "Yo, a mediados de junio, dice, había suspendido el sitio de Puerto Cabello; retirándome a Valencia, porque las fiebres malignas diezmaron mis tropas a tal punto que de tres mil doscientos setenta y nueve hombres con que había principiado a sitiar la plaza, sólo quedaron poco más de mil".
Sin embargo, esa infección palúdica del Libertador no podía ser de Puerto Cabello, porque él había salido de allí el 6 de julio. De julio a diciembre van seis meses, y el paludismo no tiene un período de incubación tan largo. Es más lógico presumir que se contagió en la desembocadura del Magdalena, que es una zona pantanosa, también palúdica.
El historiador falconiano doctor Oscar Beaujon, quien a siglo y medio de distancia se ha convertido en un médico de cabecera del prócer, al elaborar un minucioso diagnóstico a través de documentos históricos irreversibles, nos ofrece en su libro "El Libertador Enfermo", página 27, el siguiente testimonio: "El 18 de diciembre de 1812 -confiesa Bolívar- estando en Barrancas, tomé algunas disposiciones militares y luego sufrió un agudo ataque de fiebre. Permanecí tres días sin conocimiento. Me cuidaba un hombre de pelo rojizo. Al cuarto día me entero de su nombre: Fonlay, doctor Fonlay. Al quinto día, cuando queríamos emprender la marcha, me dijo que desde el punto de vista médico era una locura que intentara levantarme y que si ello estuviera en su poder, me mandaría a arrestar. Era un hombre sumamente modesto, muy valiente. Sus temores se revelaron infundados. Me sentía fuerte sobre mis piernas". Seguimos río arriba y el 24 de diciembre de 1812 izamos la bandera de Carapena en Tenerife: después de hacer algunos comentarios con mis oficiales, me dijo casi con brutalidad: "Tome usted quinina inmediatamente", a lo cual contesté: "Hoy es noche buena. Paz en la tierra… Deme la quinina".
Posteriormente, el Libertador sufrió nuevos accesos palúdicos, que sin duda alguna contribuyeron a diezmar su precaria salud y a precipitar el camino de la tumba.
Anteriormente, también esta terrible enfermedad había andado muy cerca de él. Según todas las apariencias, su joven esposa Doña María Teresa Rodríguez del Toro y Alaiza había muerto de paludismo en su hacienda de San Mateo en 1803. Para entonces los hermosos valles de Aragua también estaban infectados de paludismo.
Sin embargo, todas estas contingencias estuvieron en todo momento muy por debajo de aquella gran voluntad que lo caracterizó siempre. Él era un hombre superior al desaliento. Se había trazado un ideal, y tenía que seguirlo. Contra viento y marea, tenía que seguirlo. Ya en una ocasión memorable, cuando la adversidad quiso cerrarle el paso, había dicho:
"Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca".
Valencia, octubre de 1980.